Ikea
La empresa sueca va a resultar finalmente una especie de religión, un ambientador nórdico que nos iguala; la globalización hecha almacenaje
Elena Moreno Scheredre
Viernes, 19 de mayo 2023, 00:06
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Elena Moreno Scheredre
Viernes, 19 de mayo 2023, 00:06
Viajando, o si me apuras en este ir y venir de los jóvenes forzosamente internacionales, no solo se saltan fronteras geográficas sino también esa cantidad ... de hábitos y pensamientos de poca monta que se adhieren a nuestra piel y casi al pensamiento con la fuerza de la costumbre. Me contaba una amiga que ha vivido en varios países del mundo que cuando la nostalgia le agujereaba el alma en algún lugar al que la habían enviado se iba a Ikea a pasar la mañana y santas pascuas.
Abrí los ojos sobrecogida por la revelación. Me explicó que los productos, la forma de hacer el recorrido, los distintos departamentos y hasta las galletas de jengibre son iguales en Delhi, Berlín, Madrid, Málaga o Barakaldo. Contaba que, a medida que avanzaba por los pasillos, reconocía la cama que había comprado en Londres, la cocina que montó en Bilbao o las 'Billy' que habían almacenado los libros que leía en Barcelona o en Berlín. Los muebles la ayudan a recrear los espacios, a precipitar los recuerdos, a evocar a los amigos.
La empresa sueca va a resultar finalmente una especie de religión, un ambientador nórdico que nos iguala; la globalización hecha almacenaje. Reconozco que adoro ir a este almacén y tengo la fantasía de quedarme en uno de esos pisos de treinta metros una noche furtiva a comprobar si consigues meter en él todo lo necesario. A veces, yo también me siento en una butaca, o me tumbo en un colchón. Veo desfilar al personal que mide, abre puertas, comprueba la eficacia del deslizamiento de un cajón e ignora a quien reposa fascinado como un 'voyeur' decorador de interiores. Ikea es un país dentro de cada país, un gobierno premonitorio de lo que estaba por venir. Pisos enanos donde un centímetro puede ser decisivo para instalar un armario o encajar una lamparita.
La campaña electoral y las medidas voceadas al aire de la necesidad han llenado los pasillos de Ikea de cientos de parejas soñadoras. Los suecos venden una realidad estudiada al milímetro, allí todo encaja, coordina, sirve. Pero alquilar un piso en el centro de Madrid o Barcelona es algo tan terriblemente complicado y costoso que, a pesar de Ikea, no está al alcance de los sueldos medios de los jóvenes. Dicen que en las inmobiliarias hay mucho revuelo, que los propietarios optan por vender las propiedades en lugar de alquilarlas, y que las listas de jóvenes que buscan alojamiento son interminables. No sé por qué no funciona este país como Ikea, pero una y otra vez las preguntas concluyen hacia un único punto. ¿No deberíamos exigir a nuestros gestores políticos algo más de efectividad? Qué cansino es esto.
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