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A unas horas de la Nochebuena y a pocos días de la llegada de los Reyes Magos, vienen a la memoria las voces, los testimonios ... y las historias de quienes tratan de retomar sus vidas, sus negocios. De quienes no volverán a subir la persiana. De los que perdieron a sus familiares y de quienes, a falta de coche, no podrán reunirse. Y, sin embargo, en todos esos hogares, con más o menos intensidad, brillará por siempre la luz en Navidad, conscientes de que cristianos y musulmanes, españoles y extranjeros, jóvenes y mayores, civiles y militares, periodistas de todos los medios y ciudadanos de todo el espectro político han trabajado, unidos e incansables, para mitigar su pena. La generosidad y el amor también han hecho posible que, entre nubes de polvo y barro, los Reyes puedan llegar a todos los hogares. Moteros, ONGs, el Ateneo Mercantil, la comunidad educativa: la lista de iniciativas y colaboradores es interminable. Ellos, los niños, grandes olvidados en la catástrofe, han levantado la voz para darnos la penúltima lección. Porque las cartas a los Reyes Magos de la Dana son el mejor ejemplo del valor de los seres bajitos, amorosos, ingenuos, resilientes y adaptativos, que han vivido en silencio escenas de pánico en casa y en la calle. A la pregunta típica (¿Has sido bueno este año?) han dado respuestas atípicas, tristes y emocionantes. «No e llorado en la inundación». Un año en el que quizá, en casa, la Dana se ha llevado por delante la paja para el camello y las zapatillas. Sin embargo, los regalos, una caricia en el alma de las familias, se amontonan en muchos almacenes: nunca Oriente estuvo tan próximo. Motivo de alivio para los padres, en medio de gastos, gestiones, pesar y muchas preocupaciones. La respuesta de la comunidad educativa alegrará tanto o más a los padres, le digo a Vicky, que junto a muchas otras compañeras ha dedicado innumerables horas a captar y organizar a decenas de pajes, por iniciativa de Domingo, el Capellán: «Mis hijas también han colaborado», me cuenta Belén. Cómo no interceder ante Sus Majestades por el pequeño valiente -eso le dicen en casa- que ayudó a auxiliar a cuatro personas. Al que escribe «Elfos, Papá Noel, Reyes Magos: cuidado con el barro». O a los que responden, a la segunda cuestión, crucial (¿Y qué quieres pedir?), con apenas 7 u 8 años: «Lo que me podáis traer, porque yo sé que este año es especial», o «algo para mi MAMÁ». La ola de cariño no es suficiente para reponer lo que se perdió y cerrar todas las heridas, porque el pueblo solo no salva al pueblo. Pero es una cura frente al cinismo y una fuente de esperanza.
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