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Hoy voy a hablar de un terremoto, un terremoto lejano, devastador. De una ciudad que, como Valencia tras la riada del año 1957, trabaja para ... levantarse y mirar hacia el futuro. Christchurch forma con Auckland y Wellington, como Valencia en España, el trío de ciudades más importantes del país, Nueva Zelanda. Se sitúa, también, en la costa este. Es una ciudad tranquila y amable, con río, jardín botánico, un centro antártico a pocos kilómetros y un hermoso parque que hace las veces de pulmón de la ciudad. Valencia es la ciudad de las flores; a Christchurch se la conoce como la ciudad de los jardines. Sin embargo, la línea del horizonte de Christchurch se rompe, a menudo, por el contrapeso de las grúas. En una manzana y en otra. Porque a pie de tierra abundan los solares en construcción: «Tardaron en llegar las ayudas. Tras el terremoto se derribaron todos los edificios que no cumplían la normativa». Gracias al taxista recupero el móvil y empiezo a comprender esta ciudad llena de contrastes, con un pasado doloroso, en la que me siento al fin en casa.
El 22 de febrero de 2011, a las 12:51, el suelo empezó a agitarse como si fuera de gelatina y, al poco, una torre de la iglesia anglicana, que da nombre a la plaza central, símbolo de la ciudad, cayó a plomo: «Pude sobrevivir -explica una víctima en las pantallas del museo- porque no tuve fuerzas para arrastrarme y protegerme bajo la mesa; ví como se deshacía, a pocos metros, ante mis ojos, al caerle encima la cúpula de la torre. Y me dije que quería vivir para ver crecer a mis nietos». Salvo en los dramáticos y emotivos vídeos grabados al poco de ocurrir el desastre, no se habla del terremoto. «Todavía me cuesta hablar de ello, Elvira. No he sido capaz de ir al museo». La ciudad habla por sí misma. Porque devolver a la iglesia anglicana el aspecto original ha disparado el presupuesto y continúa en obras. A 10 minutos del centro, se erige la catedral provisional, «la catedral de cartón» (cardboard catedral). Y sí, es de cartón aunque no lo parece. Frente a las ruinas de la vieja catedral, brillan, por dentro y por fuera, el nuevo centro de convenciones (Ta Pae, que acoge el congreso organizado entre otras por la Universidad de Canterbury) y Turanga, una biblioteca sofisticada y acogedora, que los niños toman al asalto los festivos.
Solo queda, en esta carta abierta, formular la petición al consistorio: el hermanamiento de dos ciudades luchadoras, Valencia y Christchurch. Que pueden dar y recibir: esperanza y apoyo una y conciencia verde, respeto por el entorno urbano y natural, broche para la capitalidad verde, otra.
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