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El derrumbamiento de una terraza en Palma, las limitaciones de su seguro de viaje de Adrián -hospitalizado en Cancún-, avalancha mortal en Papúa Nueva Guinea, ... turbulencias de graves consecuencias en un vuelo de Singapore Airlines. Los departamentos de prevención de riesgo trabajan a diario para diseñar planes de respuesta y de comunicación que salvan vidas, evitan enfermedades, preservan el medio-ambiente y protegen bienes materiales, a quienes hay que agradecer su labor. En Internet, entre otros a @policia, @guardiacivil, @aemet o a nivel local @GVA112, páginas web como la del Ministerio de Exteriores para viajes y los medios de comunicación. Pero la colaboración ciudadana es esencial para que funcionen los planes.
He tomado nota de los mensajes de alerta que me encuentro a lo largo del día, como parte de un ejercicio de clase, el «diario de riesgo»: en qué lugares están ubicados los mensajes, en qué formato y de quién proceden. Hay una diferencia entre los peligros que se pueden prever, los riesgos, y aquellas otras situaciones sobrevenidas, las crisis -nos explica el Dr. Chávez, experto en comunicación del riesgo y crisis de Michigan State University-. Lo ocurrido en el vuelo de Singapore Airlines se debe a un fenómeno muy raro: turbulencias de aire claro, difíciles de detectar y prever a tiempo para cambiar el rumbo (una de las razones por las que se recomienda mantener el cinturón durante todo el trayecto).
La comunicación es crucial. En el año 2019, Odisha, uno de los estados más pobres de la India, se enfrentó con éxito a una tormenta destructiva: más de dos millones de mensajes de texto, 43.000 voluntarios, avisos por televisión, sirenas, autobuses, fuerzas y cuerpos de seguridad y megafonía. El mensaje, claro y breve: «Se acerca un ciclón: vayan a los refugios». En 1984, también en la India, en Bhopal, un escape de gas en una fábrica de plaguicidas causó miles de fallecidos al instante y, a medio plazo, daños a la salud de más de 500.000 personas. Todo falló en cuanto a la gestión y la comunicación. No olvidemos tampoco que, en ocasiones, la población ignora los avisos o decide exponerse al riesgo.
Entre las conclusiones de mi ejercicio figura una esencial: debemos prestar atención proactiva a los mensajes de riesgo. A veces, según mi observación, los mensajes carecen de orientaciones concretas sobre cómo actuar, son excesivamente pequeños o, aunque perfectamente diseñados, están situados en ubicaciones a las que no accedemos de ordinario. Por último, hay espacios «opacos», con indicaciones u orientaciones insuficientes, que sin duda pueden mejorar.
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