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La dana de Valencia y los incendios en Los Ángeles se han llevado por delante vidas e inmuebles, pero también miles de fotografías, muebles y ... documentos. Verdaderas joyas en la historia intrafamiliar, algunas recuperables gracias a la acción solidaria de los restauradores. Ambas catástrofes nos recuerdan la importancia de escuchar a los mayores: nuestros padres, tíos y abuelos son una fuente de sabiduría por su experiencia de vida y sus lecturas. Pero también de conocimiento sobre costumbres familiares, recetas y anécdotas, del carácter y la procedencia de nuestros antepasados, los suyos. Cuando el abuelo y la abuela acuden al auxilio de la hija, para atender y cuidar al nieto, que hoy, resfriado, no irá a la guardería, prestan mucho más que cuidados: transmiten a los pequeños las canciones que escucharon de pequeños, esas frases para las que hoy no tenemos contexto y pasan de generación en generación, como 'Es el misterio del cuarto amarillo'. Todos esos recuerdos podemos hoy ponerlos a salvo y compartirlos en formato digital.
Podía ser él frente a un tablero de ajedrez, en una tarde de invierno: «Me hablaba de sus abuelos mientras jugábamos al ajedrez, y ahora siento no haber prestado más atención». O por la noche, la siguiente generación, cuando rememoraba, ya viuda, sus días de juventud en Tetuán. Vivencias de otros tiempos, que la niña, adolescente, escuchaba con paciencia y cariño, medio dormida. Tan de otra época, tan difícil de casar con la imagen, adulta, de la tía Isabel: «No se perdía ni una sola fiesta, hay que ver lo mucho que disfrutó». Cada noche volvía a ser la joven recién casada. Buena esposa y buena madre, dejó anotado su esposo, tras una ajetreada Navidad, con fino humor, «quedó muy cansada y recordó que estaba muy casada».
Compartir tiempo con los mayores cuando rememoran en voz alta sus vivencias es un lujo. Pero, ¿cómo traspasar el intangible familiar a los jóvenes de ahora, más acostumbrados a hablar que a escuchar, que se inhiben en las reuniones familiares y se refugian en el móvil, mientras los adultos compartimos anécdotas a base de recuerdos imperfectos? Como generaciones bisagra, tenemos una misión: recopilar evidencias, hacer memoria, restaurar la muñeca hawaiana de los años 50, anotar fotografías y nombres de antepasados, hacer comprensibles recetas que nunca vieron cocinar, que no han saboreado. ¿Hay acaso mejor pasatiempo que hacer un álbum de recuerdos o el árbol genealógico? Ejercitar la memoria tiene recompensa. Porque niños y adolescentes, que hoy no imaginan las preguntas, mañana -como nosotros- buscarán respuestas.
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