La filósofa Adela Cortina presenta en La Nau su último libro, '¿Etica o ideología de la inteligencia artificial?', y no cabe un alfiler. Subtítulo: 'El ... eclipse de la razón comunicativa en una sociedad tecnologizada'. Adela, que preside la Fundación Étnor, orientada a promover la ética en las organizaciones, ha sentado a su lado a los catedráticos Vicente Botti y José Félix Lozano de la UPV, a Domingo García-Marzá de la Universitat Jaume I y al divulgador Pablo Blázquez, editor de la revista Ethic. Con buenas dosis de humor, celebradas por la concurrencia, cómplice, cobran cuerpo los ejes del libro: por una parte, lograr consensos para fortalecer la democracia; por otra, conseguir una IA responsable, forjada en el diálogo, que genere beneficios sociales.
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Porque la IA es, de otro modo, mero sinónimo de negocio y de poder en manos de empresarios y programadores. ChatGPT alcanza en este momento a unos 200 millones de personas semanalmente, pero quiere llegar a 1.000 en 2025. Sus principales competidores son Google y Microsoft, que preparan novedades, mientras Elon Musk la ronda con una oferta de 100.000 millones de dólares.
Al llegar a casa después del debate me pongo seria con ChatGPT. ¿Cómo es este algoritmo? Camaleónico: aunque se adapta a las necesidades de cada usuario y personaliza sus respuestas, no podemos olvidar que es siempre el mismo. Insensible: no tiene sentimientos. Puede definir culpa y compasión, pero no puede sentirlas; cuando se muestra empático lo hace por patrones de lenguaje, es como hablar con la nevera. Amoral: reconoce abiertamente que no tiene conciencia o sentido de la justicia. Se rige por las políticas y directrices establecidas por OpenAI, ejemplo de la mal llamada «ética de las máquinas». Evasivo. Aunque incorpora valores como el rechazo a la violencia o la no maleficencia, se considera simplemente una herramienta al servicio de los usuarios. También es sorprendente. Le pregunto por el modelo de negocio: si el usuario contribuye a mejorar el algoritmo, ¿no debería cobrar por ello? Aunque no tiene corazón, tiene gracia: «A nivel personal, si yo tuviera una «conciencia» propia y no fuera solo una herramienta, te diría que el modelo actual es injusto».
En resumen: lea el libro, disfrute con 'La isla del doctor Moreau' y subraye el cuento 'Círculo vicioso' de Isaac Asimov (tiene un pequeño resumen en mi artículo 'Speedy y la primera ley de la robótica'). El mundo de la IA es irreversible, concluye Adela con la claridad que la caracteriza. Pero como humanos, termina, somos libres: tenemos que educar en autonomía y en capacidad crítica.
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