La polarización no tiene color. Es el canto de sirena que llama al votante desde un extremo cualquiera del espectro político. Inducida e interesada, permea ... el discurso de los líderes y cala en las redes sociales a lo largo y ancho del globo. Se apoya en la cosificación, la degradación y la humillación del adversario-enemigo. Y aumenta cuando el belicismo encubierto da paso a un lenguaje descarnado que exacerba la deshumanización y la intolerancia. Un muro, una amenaza, una estrella. La polarización crea universos cerrados que se explican a sí mismos, tan confortables como falsos. Cortina de humo y refugio para unos y otros en tiempos convulsos, dificulta los acuerdos en el parlamento y el diálogo en la calle. Sin ética, la política conduce a marchas forzadas hacia la fractura social. Avanzar: sí, por caminos diferentes. Consensuar: sí, por separado. Si quiere revolucionar una comida de Navidad un tanto alicaída diga Carles Puigdemont.
Publicidad
Reconforta, en un escenario político tirante, oír hablar de pactos y de reivindicaciones conjuntas, sin exclusión. Incluso si fracasa, la cita ingenua del president Carlos Mazon a los grupos parlamentarios para debatir el cuaderno de quejas de la Comunitat es un éxito, porque rompe aunque sea por un instante, el de escribir las misivas, la dinámica de enfrentamiento. Quizá no hay otra solución, porque en el derbi entre los grandes partidos la Comunidad Valenciana se queda siempre en el banquillo. De ahí la larga lista de temas: el agua, el Puerto, la financiación, el Derecho Civil o el corredor.
Los muros resisten mal el paso del tiempo. El 9 de noviembre 1989 cayó el muro de Berlín, símbolo del derrumbamiento final del telón de acero. En China, las tribus mongoles se infiltraron haciendo inefectiva la protección de la Gran Muralla. Pasando por el muro de Adriano, el de Antonino y hasta la línea Maginot en la Segunda Guerra Mundial, que parecía inexpugnable. No hace falta sitiar una ciudad amurallada para que caiga, dice Sun Tzu. Reforzar el muro erigido por los nacionalismos construyendo otro, en una sociedad digital, líquida, artificial y casi cuántica carece de sentido. Puig perdió frente a Sánchez -que no le quiso escuchar- y, arrastrado por la corriente, en la Comunitat. De la debilidad, por qué no hacer virtud. Hace falta de manera urgente un pacto para la protección de la infancia y la adolescencia para frenar el bullying, para proteger la salud mental en edades tempranas, para acabar con las agresiones y la violencia de género crecientes entre y hacia los menores. Aunque no cuajen, me gustan los pactos a la valenciana.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio: 3 meses por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.