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El libro 'Cómo se vende un presidente', publicado en 1970, cambió la cobertura informativa de las campañas electorales. En él, McGinniss, infiltrado en el equipo ... de campaña de Richard Nixon, destapa cómo se forja la imagen de los candidatos a la presidencia. No es el primer libro que narra la intrahistoria de una campaña, pero se convirtió en un best seller al denunciar que las técnicas de la publicidad se habían incorporado al diseño de las campañas políticas. Hace de esto más de cincuenta años. Y, sin embargo, hasta los políticos más experimentados se olvidan en momentos cruciales de que la vida moderna es un plató y de que las redes sociales actúan hoy como un altavoz con efecto multiplicador instantáneo de cualquier gesto, por pequeño que sea. Los dos empiezan por M.
Macron comparecía el miércoles en la televisión con el país levantado y los sindicatos en pie de guerra por la propuesta de elevar la edad de jubilación a los 64 años. Pretendía -por lo que he visto- convencer a los ciudadanos franceses de que elevar la edad del retiro es necesario para no hipotecar el futuro de las próximas generaciones y, de paso, hacer hincapié en la inflexibilidad de los sindicatos: «Podrían haber ofrecido aumentar hasta los 63 y medio», explicaba indignado; con tanto énfasis que, al golpear la mesa criticando a las 'organisations de salariés', su reloj impacta contra la mesa. Se oye con claridad, en el estudio, el ruido seco del golpe.
Un político con nociones básicas de comunicación sabe que en televisión los 'artefactos' situados cerca del micrófono -como collares o broches- tienen mucho peligro. Lo sabemos todos -recuerden aquella escena maravillosa de 'Cantando bajo la lluvia', cortesía de Stanley Donen, 1957, en la que, durante el preestreno de una de las primeras películas sonoras, la protagonista, Lina Lamont, estruja repetidamente con gran estruendo, ante un horrorizado Gene Kelly, un collar de perlas de dos vueltas-. Lo mismo ocurre con pulseras, botones o relojes cuando contactan con la mesa del plató. Hubiera hecho mejor Macron en tomar nota del error y controlar la gestualidad, que era a todas luces excesiva. Pero el presidente de los franceses escondió las manos debajo de la mesa y, en cuestión de segundos, retiró el reloj. Nadie es perfecto. La imagen del antes y el después ya es viral: «Macron se quita un lujoso reloj durante una entrevista donde defiende su impopular reforma de las pensiones». Qué decir de Mañueco. Si la imagen de un ciudadano de a pie es captada por 60 cámaras de vigilancia a lo largo del día, cuánto más no lo será -y circulará- la suya.
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