Podríamos quedar cerca de la supermanzana y ver «la grandiosa obra». Mi amigo es uno de los mayores activos del Ayuntamiento. Ring, ring. Un bordillo ... que atenta contra la movilidad. Ring, ring. Una entrada obstruida, un coche abandonado. Nada se le escapa a Quejas -y Sugerencias, Elvira-. He atravesado el superbloque peatonal de La Petxina en un par de ocasiones, pero una patrulla de inspección urbanística es una oferta imposible de rechazar. «Me parece muy buena idea».
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Optimista, hoy veo lazos en lugar de cruces de camposanto. Lazos grandes, pequeños, medianos. Lazos -o cruces- por todas partes. En la zona peatonal, pero también -señala mi amigo, indignado por lo confuso de la señalización- sobre la vía estrecha destinada al tráfico rodado. Las calles víctimas de la intervención están sembradas de maceteros naranjas peludos y feos, bloques de cemento y bancos de madera desvaída. Naranja, naranjo. Naranja Compromís. La calzada, a juego, en naranja y amarillo. Emplear tonalidades cálidas para animar una calzada de asfalto castigada por el sol no parece la mejor idea. Como no llueve, la supermanzana baja puntos día a día en higiene y pulcritud.
Los coches circulan en fila india por el laberinto. Sin taquímetro, diría que a más de veinte por hora. Quizá por despiste, porque no se recuerda la prohibición de sobrepasar los 10 kilómetros/hora a lo largo del recorrido. «Ellos -señala el comerciante con la mano-, han perdido también clientela. Reservan, pero llaman y cancelan porque no encuentran sitio para aparcar. Nadie nos consulta. Y le echan la culpa al PSOE». Una señora del barrio de Sagunto salva el bordillo para cruzar la calle. No hay pasos de cebra, apenas papeleras. «Todo muy divertido», estalla indignada. Mi amigo, exultante, le tira de la lengua: quiere que escriba un artículo sobre la grandiosa obra.
Los niños han dibujado un sambori en la plaza ficticia, más cómodo y gracioso que el normativo de diseño ubicado unos metros más adelante. Con el número tres al revés. Una plaza aquí, en la intersección de Palleter y Calixto III, no sería mala idea. Una de verdad. Estilosa y sombreada. El patinete pasa en contradirección a toda velocidad. Avanzamos: se alquilan tres bajos, mala señal. Miro la calzada pensativa; la supermanzana, por supuesto, tiene posibilidades: es un paraíso para el turista secesionista. Una pareja juega al ping pong. A la tercera, la bola se escapa y atraviesa la línea que marca el final de la zona peatonal. Peligro. Con tono tétrico y vocación de servicio irreductible me advierte: «Y la próxima en Arracapins». Ahí me ha ganado.
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