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Sobre calles barridas por el lodo, sinónimo de muerte, dolor y abandono, se han vivido escenas de esperanza, ternura y amor. Voluntarios, bomberos, vecinos, UME, ... ejército, policía, influencers: «Sin vosotros no podríamos». 78 municipios, mil historias que contar. Una señora mayor circula por el pueblo acomodada en un carro de supermercado, acolchado con una manta y tirado por voluntarios. Los niños virales, Izan y Neizan, reparten comida cada día, empujando como pueden otro carro similar; ofrecen ánimos y noticias hiperlocales con templanza y naturalidad: «Ese vecino duerme en el ático: le da miedo una nueva inundación». Llegan los maños y airean una jota mientras trocean verduras. María Rosa sonríe junto a los guardias civiles que la salvaron, a ella y a Eugenio, la noche del 29.
«¿Y usted qué necesita?» Los jóvenes toman los pueblos y, con gran intuición, plantan cara a la DANA y ofrecen ayuda al primer vecino que encuentran: no importa dónde, qué calle, qué pueblo. Conocimiento, a veces, el justo. «¿Cómo se quita el moho?», pregunta al aire en TikTok un joven poco bregado en limpiezas. Nadie es perfecto; prima la voluntad. Fran ha perdido su colección de Tintín: ya no podrá -lamenta- revivir su infancia con su hijo. En horas, recibe dieciocho números donados por coleccionistas: El asunto Tornasol, Aterrizaje en la luna, Las joyas de Castafiore, Tintin en el Tibet; la magia también está en Twitter.
La solidaridad tiene un precio: veinte euros la pala, quince las botas. Sumen y multipliquen. Juanita, a punto de cumplir 87, cocina en Algemesí 45 raciones para los voluntarios. Mil alumnos de la academia de Policía Nacional llegan desde Ávila. Una pareja se compromete en medio del fango; otra, todos en botas, se da el sí bajo una lluvia (escasa) de arroz. Los vecinos de Catarroja sostienen el aliento la noche de autos: un héroe anónimo se agarra a los cables -¿quizá de la luz?- y cruza la calle para salvar a la joven que apenas resiste agarrada a una verja. Suspiran de alivio, por primera vez, en una noche larga y oscura, preludio de una semana de espanto.
José Andrés tampoco falla: World Central Kitchen reparte comida y satélites para dar conexión a internet. Sin electricidad, sin internet, la radio a pilas gana la batalla de la información. Imágenes para el recuerdo: la de una niña de apenas un metro que aplaude a los militares. Esa otra, diminuta, con botas blancas manchadas de barro, que limpia los escalones muy concentrada, como los mayores. El niño responde, confuso, a la periodista: «¿Jugar? Aquí solo limpiamos». Tomen ya el testigo para la reconstrucción.
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