Secciones
Servicios
Destacamos
Pero tómate una copa!, ¡no seas tan raro, hombre, que es Nochevieja!
Esto me lo han repetido en las celebraciones navideñas y especialmente en Nochevieja, ... una de esas noches mágicas donde, entre las luces, los abrazos y los deseos de feliz año nuevo, el alcohol fluye como si fuera el principal protagonista de la fiesta. «¡Venga, una copa!», insisten los amigos, con esa mezcla de camaradería y presión.
No soy abstemio ni soy alcohólico (creo). Bebo vino, cerveza y cava, de vez en cuando, con moderación. No tomo licores (ron, vodka, ginebra...) porque me dejan fuera de combate. Pero la trivialización y la presión que hay con el alcohol es tremenda. La vivo directamente. Si hay temporadas en las que decido no beber nada -por ejemplo, cuando estoy perpetrando un libro, como esta temporada- es casi como si tuviera que justificarme. «¿Pero cómo no te tomas ni una cerveza, ni un vino?», me preguntan cuando estoy en una comida o en una cena. Y a veces, para que me dejen en paz, acabo pidiendo una copa de vino y haciendo como que bebo. Es ridículo, lo sé, pero ¡así evito tener que justificarme!
En cambio, nadie me dice «drógate» o «fúmate este cigarrillo, venga» o «eres un bicho raro que no vas a un salón de juegos». Con el tiempo, me he dado cuenta de algo muy claro: cuanto menos bebo, más feliz soy. Porque el alcohol, aunque pueda parecer un placer simple, siempre tiene un precio.
No soy un talibán de nada y no pretendo que se prohíba el alcohol ni mucho menos (sí que hay que regular su venta, prohibido de verdad a menores, limitar horarios, etc.) Depende de cada uno de nosotros, allá cada uno con lo que beba, siempre que sea con moderación, claro, por su propio bien. Desde Platón hasta Kierkegaard, que escribió un ensayo titulado 'In vino véritas' hay toda una tradición de explorar las grandes cuestiones de la condición humana en torno a una mesa y a beber vino, y formamos parte de esa tradición.
No necesito una copa en la mano para disfrutar de la compañía, una conversación o una celebración. Como Ulises atado al mástil, hay que saber resistir a la tentación de los «síes» fáciles. No necesito beber para pasármelo bien o hacer el tonto, mi sentido del ridículo, como mi colesterol, son muy bajos.
Y es que cuando digo «no» a ese brindis con cava o vino en Nochevieja, digo «sí» a una vida más conectada conmigo mismo. Se apela a menudo a la máxima latina 'In vino véritas', (en el vino está la verdad). Pero se olvida que la sentencia, que aparece en Plinio, continúa 'in aqua sánitas' (el latín no lleva tildes, pero Virgilio se remueve en su tumba cuando se pronuncia mal 'sánitas'). Mientras otros brindan con champán, yo levanto mi vaso de agua, recordando que, 'in aqua sanitas'. Que «en el agua está la salud».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.