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¿Hasta cuándo ya, Catilina, seguirás abusando de nuestra paciencia? ¿Por cuánto tiempo aún estará burlándosenos esa locura tuya? ¿Hasta qué límite llegará, en tu ... jactancia, tu desenfrenada audacia? ¿Es que no te han impresionado nada, ni el temor del pueblo ni la afluencia de todos los buenos ciudadanos ni las miradas expresivas de los presentes? ¿Dónde estuviste, a quiénes reuniste y qué determinación tomaste?... ¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¿No te das cuenta de que tus maquinaciones están descubiertas? ¿No adviertes que tu conjuración, controlada ya por el conocimiento de todos éstos, no tiene salida? ¿Quién de nosotros te crees tú que ignora qué hiciste anoche y qué anteanoche?».

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Estas palabras, pronunciadas por Cicerón en sus 'Catilinarias' en el Senado romano hace más de dos mil años, resuenan hoy con una actualidad alarmante. Lo que era un ataque frontal contra la conspiración de Catilina podría aplicarse, frase por frase, a la situación actual del fiscal general del Estado.

Álvaro García Ortiz ha sido imputado por el Tribunal Supremo en un caso gravísimo que erosiona los pilares de la democracia. Esta situación, inédita en la democracia española, surge a raíz de la filtración de información confidencial relacionada con una investigación sobre González Amador, novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso. El fiscal general, acusado de un delito de revelación de secretos, facilitó 'presuntamente' la filtración de correos confidenciales relacionados con un ciudadano para perjudicar a una rival política. Que el máximo representante de la Fiscalía esté bajo investigación del Supremo y no haya dimitido no solo es un escándalo sin precedentes, sino un golpe directo a la confianza en las instituciones. Para evitar pruebas que le incriminen, el fiscal general ha borrado los mensajes de su móvil durante los días clave. El escándalo de los mensajes que ha borrado es una manipulación evidente de pruebas que le implicarían en la comisión de un delito, y evoca esta misma sensación desprecio por la justicia y la legalidad que Cicerón denunciaba con tanta vehemencia. En este caso con un agravante, porque es el propio García Órtiz el garante de que se cumpla la ley, el que borra las pruebas.

El fiscal general se aferra al puesto, avalado por un Pedro Sánchez que, lejos de respetar las instituciones, las manipula para mantenerse en el poder, socavando su independencia. Democracia es respetar y fortalecer las instituciones, algo que este Gobierno parece decidido a destruir. Sánchez y García Órtiz desprecian la capacidad de los españoles para identificar la gravedad de estos hechos. Y así, la pregunta que resonaba en el Foro romano sigue siendo válida en nuestro contexto: «¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia?».

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En otro pasaje del discurso, le dice Cicerón a Catilina: «Estás atrapado por todas partes. Tus planes brillan ante nosotros más claros que la luz». Parece escrito ahora para Álvaro García Órtiz. Así está el fiscal general, como Catilina, como el general de García Márquez, atrapado en su laberinto.

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