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Con la concordia las cosas pequeñas crecen; con la discordia, las más grandes colapsan», escribió el historiador romano Salustio. Esta frase, escrita hace 2.000 ... años, resuena con especial vigencia en la España actual, donde la discordia -ahora rebautizada como polarización- se ha convertido en el sello distintivo del presidente del Gobierno.
En una sociedad democrática, la concordia es esencial para lograr estabilidad y gobernabilidad. Los pactos permiten avanzar en proyectos que beneficien a todos. España es un país con múltiples sensibilidades culturales, lingüísticas y políticas. La concordia implica reconocer estas diferencias y trabajar desde ellas para construir una sociedad más cohesionada. Ese fue el espíritu de la transición, que Sánchez ha hecho -literalmente- saltar por los aires con sus políticas divisivas.
No se trata de que en política todos sean Teresa de Calcuta, como es obvio se trata de discutir ideas y proyectos, esa es la esencia de la democracia. Donde todos piensan igual, nadie piensa. Pero una cosa es el necesario debate político y social, el fundamental contraste de ideas, que es la esencia de la democracia, y otra muy distinta, diametralmente opuesta, es lo que practica el sanchismo: el sectarismo, la crispación, la cínica manipulación del lenguaje, la negación de quien no piensa como él y la destrucción social de quienes se atreven a discrepar.
Una muestra de esta polarización son los pactos políticos de Sánchez con los extremistas y los negacionistas de España, que profundizan las divisiones territoriales y políticas. Otra es el asalto a instituciones que deberían ser independientes, para ponerlas al servicio del sectarismo sanchista, el asalto a la Fiscalía General del Estado, Tribunal Constitucional, Banco de España, CIS, Consejo de Estado, CNI, Tribunal de Cuentas y hasta al Instituto Nacional de Estadística. Por no hablar de la toma descarada de las empresas públicas para colocar a personas por no su competencia en el tema sino por su servilismo al líder. Sánchez lo hace, como cuenta Salustio que dijo Julio César de Catilina, «desde la arrogancia y la crueldad».
Mientras la historia enseña que los grandes países avanzan desde la unidad y la cooperación, los años de sanchismo reflejan un terrible aumento de la confrontación y la polarización. Los conflictos que ha provocado entre comunidades autónomas, la agresividad política nunca vista en nuestra democracia y la fragmentación social que ha originado, son los síntomas de una falta de concordia que amenaza con debilitar las bases del Estado.
Como los clásicos enseñaron, la concordia es el camino hacia el progreso, mientras que la discordia es la senda hacia el declive. Los líderes políticos tienen la responsabilidad, defendía Cicerón, de gobernar con equilibrio y buscar la armonía, todo lo contrario de lo que practica este presidente del gobierno. Cuando se acabe el sanchismo, el trabajo de recomposición social y de reconstrucción institucional y democrática de nuestro país va a ser formidable. El gobierno de Sánchez es una distopía orwelliana, que solo siembra discordia.
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