Urgente Catalá expulsa del gobierno a Badenas y reparte sus competencias entre otros concejales de Vox

A los que desafiaban a los dioses o habían cometido crímenes horrendos, Júpiter los condenaba, sin reparos, a un castigo eterno en lo peor del ... Hades, en el Tártaro, ese rincón especialmente sombrío del inframundo. La condena era, como digo, para toda la eternidad -y toda la eternidad debe de ser algo muy largo-.

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Uno de ellos era Sísifo, condenado a empujar una roca cuesta arriba en el Hades. Cada vez que Sísifo estaba a punto de alcanzar la cima, la roca rodaba hacia abajo, obligándolo a empezar de nuevo. Otro era Tántalo, que fue condenado a sufrir hambre y sed eternas.

Hay un Tártato en la mitología. Imaginemos por un momento que la política tuviera su propio Tártaro, un lugar de retiro forzoso para los líderes cuyas gestiones han sido catastróficas. Sin duda, José Luis Rodríguez Zapatero tendría reservado allí un sitio de honor.

Su legado fue nefasto, terrible. Dejó a España al borde del rescate de la Unión Europea, con récord histórico de parados en nuestro país, casi cinco millones de españoles sin poder trabajar. Engañó a los españoles negando la crisis y al retrasar las medidas, hizo que en nuestro país la crisis fuera brutal, con un déficit público cercano a los 80.000 millones de euros y una deuda salvaje. Empobreció a los españoles, bajó el sueldo a los empleados públicos, congeló las pensiones a seis millones de jubilados, y malgastó los fondos europeos, esquilmo la educación y la sanidad.

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Seguimos pagando las secuelas de su mal gobierno: abonó el terreno para el referéndum de independencia, con aquel célebre «apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán», aunque no encajara con la Constitución. Encendió la mecha del 'procés' que ha enfrentado y polarizado a la sociedad catalana, y ahora, con la amnistía de Sánchez, también a la española.

Utilizó el pasado reciente para rentabilizarlo electoralmente, enfrentando a los españoles. Hasta Felipe González, refiriéndose a Zapatero, ha dicho hace poco que «prefiero ser hijo de la transición a ser nieto de la guerra civil». Se alineó con los peores regímenes del mundo y aún ahora trabaja a sueldo de la dictadura chavista de Venezuela.

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Sánchez, en un estado de desesperación política, ha decidido revivir la figura de Zapatero, sacándolo a pasear por el circuito de mítines como si no cargara con el lastre de su funesta presidencia. Ahí está, recitando las mismas frases vacías, aplaudido por aquellos que, o bien tienen una memoria excepcionalmente selectiva, o han decidido que la amnesia es un pequeño precio a pagar por el seguidismo partidista.

Así, mientras Zapatero sigue haciendo su ronda de apariciones estelares, uno no puede evitar preguntarse: ¿acaso no hay un Tártaro para aquellos cuya gestión ha sido tan desastrosa? En los libros de historia ya se está inscribiendo su nombre en el Tártaro, recordatorio eterno de que el legado de Zapatero fue una pesadilla, imposible de olvidar ni de blanquear, por más que lo intenten.

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