Colombia en España
EMILIO GARCÍA GÓMEZDOCTOR EN FILOLOGÍA
Sábado, 19 de abril 2025, 23:39
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EMILIO GARCÍA GÓMEZDOCTOR EN FILOLOGÍA
Sábado, 19 de abril 2025, 23:39
Pablo González Rodas casi es más conocido en España que en Colombia, su tierra natal. Sobre él escribí hace un par de años en este ... mismo espacio una tribuna para describir su interpretación de la novela del sicariato en Colombia a través de Mario Vargas Llosa. El Dr. González también ha sido un gran valedor del pueblo español, más incluso que los propios españoles, y sigue siéndolo. Todos los veranos se le podía ver en Santander acompañado de estudiantes norteamericanos asistiendo a los cursos de la Universidad Internacional para que aprendiesen, además de la lengua castellana, a disfrutar de la gastronomía y la fiesta sin restricciones horarias.
Con motivo de una estancia familiar en Valencia en los años 80, obligó a sus hijos, a cambio del viaje, a leerse un libro de historia de España. Ese año publicó una reputada edición crítica de la poesía de Gloria Fuertes, (Cátedra, 1980), escritora a la que unió una firme amistad. En 1999 publicó su libro de ensayos Premios Nobel Latinoamericanos (Zaragoza: Pórtico), seguido de numerosos trabajos, a destacar sus Semblanzas Literarias (Calí: 2022).
Pero quien conoce a González no le imagina especulando, como suelen hacer los académicos, sobre la densidad y la calidad de una obra literaria, dándole vueltas, una y otra vez, hacia dentro y hacia fuera, como un bolsillo lleno de migas. Lo suyo es narrar aventuras, ensartar chistes verdes, gastar bromas, bailar la cumbia y hacer reír al prójimo hasta dejarle rendido. Contaba que en un lugar de Colombia se operó de una pierna a un hombre que, a lo largo del proceso, no dejaba de reírse. Al terminar, los médicos le preguntaron a qué venía tanta risa. «Es que me acaban de cortar la pierna buena».
Más le hubiera valido centrarse, antes de jubilarse, en nuevos ensayos académicos que le habrían servido como trampolín para su promoción profesional. Pero González no podía cambiar su naturaleza hostil al encorsetamiento administrativo. Al establecerse en Estados Unidos, tardó más de 30 años en naturalizarse porque su tirón genético le impedía renunciar a sus raíces colombianas. «Mi país me vio nacer e invirtió el dinero de los colombianos en darme una carrera universitaria. ¿Cómo voy a renunciar a mi nacionalidad, que es lo mismo que traicionar a mi patria y echarme en brazos de los yanquis?», se quejaba una y otra vez, remiso a pronunciar el juramento constitucional. Esa actitud tan honesta como poco práctica le hizo concebir, aunque no finalizar, su primera novela autobiográfica, 'La máscara más cara', en virtud de unos sentimientos patrióticos que durante tanto tiempo le impidieron cambiar de chaqueta en su propio beneficio.
Hay que comprender a los profesores de literatura: tanto hablar de los escritores -que si han dicho esto, que si quisieron decir lo otro- ¿no ha de ser uno capaz de probar la misma receta? Pero para escribir hay que hacerlo sobre algo que sea contable y creíble. Y aquí entró en juego sus 'Tres días de oscuridad' (Santa Fe de Bogotá: Ecoe, 1999), un relato abigarrado, bullanguero, más propio de un etnógrafo y un folclorista que de un sesudo catedrático de la universidad de Virginia Occidental en Morgantown. En él se describe la conducta del párroco de Malabrigo (Aguadas), en las montañas de Colombia, anunciando la llegada de tres días de tinieblas como prólogo al fin del mundo y provocando en la población una epidemia de neurosis que desemboca inevitablemente en el caos social, el oportunismo político y la irreligiosidad.
Colombia es América, pero el español que desee restaurar su pasado y hasta la lengua de sus mayores puede cruzar el Atlántico o leerse esta vibrante metaficción, con el «dizque» de sus personajes tan reiterado y tan rancio, los oscuros velatorios, las plegarias y las invocaciones al Todopoderoso en momentos de atrición, las conductas gazmoñas y supersticiosas entremezcladas con maldiciones y blasfemias, como prolongación de una España criolla y decadente, fundamentalista y pagana, que creíamos extraviada en la memoria de generaciones precedentes y que, sin embargo, sigue presente en las calles de Malabrigo. Después de ver en el canal internacional de TV española el programa sobre Colón en el que cada entrevistado creía tener la última palabra, exclamó el Dr. González: «Quien cree tener la verdad, ya la ha perdido». Confirmaba así dos verdades: la primera, que «Colón no descubrió las Indias, pues éstas ya andaban descubiertas con las tetas y el sexo al aire», y la segunda, que «Colón no nació en Aguadas, como yo lo puedo atestiguar, pues nací en la Calle Colón, pero nunca lo conocí».
El nativismo presente en González sigue la tradición remarcada por la catedrática de la Universidad de Valencia, Dra. Milagros Aleza, en sus estudios léxicos de la América hispana, en concreto sobre el malogrado escritor peruano José María Arguedas -una víctima de la crisis de identidad, la depresión bipolar y el suicidio-.
Hasta aquí hemos llegado, siempre en compañía del Dr. González, envuelto actualmente en sus personales reflexiones. El viaje ha merecido la pena, tras habernos deleitado con su caudaloso léxico popular hispano-indígena, una exposición humana digna del mejor museo etnográfico y un relato barroco, quevediano.
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