Vaya por delante: la Albufera está en mal estado. En la década de los años setenta del siglo pasado el agua se volvió turbia, de color verde, por la elevada densidad de algas y la luz del sol dejó de llegar a las plantas que ... enraizaban en el fondo del lago. El equilibrio se quebró. La vegetación sumergida y flotante prácticamente desapareció, y con ella se redujo la biodiversidad y la presencia de muchas especies que hasta entonces habían sido abundantes. En los cincuenta años transcurridos, el equilibrio no ha vuelto a restablecerse y todavía hoy el tapiz verde -este año rojo por la presencia de una nueva especie invasora- sigue impidiendo que el lago alcance el buen estado que todos anhelamos. Volviendo a la cuestión planteada, la respuesta a esa simple pregunta no es sencilla y en gran medida dependerá de tres factores: el valor que le asigne la sociedad a este paraje natural, la voluntad de las instituciones y los efectos del cambio climático. Vayamos por partes.
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Respecto a la primera, la respuesta es clara y creo no equivocarme, unánime: el Parque Natural de la Albufera es uno de los parajes mejor valorados y más queridos por el pueblo valenciano. La Albufera forma parte de las señas de identidad de la Comunitat Valenciana, es uno de los destinos más frecuentados por la población aledaña como lugar de esparcimiento y ocio y un referente de indudable atractivo para todos aquellos que nos visitan. Desde el punto de vista ambiental es un paraje de innegable valor ecológico, recordemos lo que decía, ya en 1966, la Real Sociedad Española de Historia Natural cuando salió en defensa del Saler y de la Albufera ante la amenaza que representaban las obras de urbanización de la Dehesa: «La Albufera de Valencia es en el aspecto histórico-natural de interés internacional, considerándose después de La Camarga y Doñana como el lugar de más trascendencia ornitológica de Europa».
Sobre el siguiente punto, si nos atenemos a las declaraciones que realizan los políticos y los representantes institucionales cuando se aborda esta cuestión, el posicionamiento parece también claro y tajante: proteger este valioso espacio natural; pero cuando examinamos sus actos y decisiones nos surgen algunas dudas y detectamos contradicciones que al analizarlas detenidamente ponen en entredicho el discurso oficial. Pongamos algunos ejemplos clarificadores que evidencian ese doble lenguaje: ¿cómo se puede entender que se apoye el trasvase de agua a la cuenca del Vinalopó, situada a más de cien kilómetros, y se niegue el agua a la Albufera que apenas está a unos cientos de metros del Júcar?, o ¿porqué algunos proyectos de modernización de regadíos -de indudable impacto sobre el flujo de agua que recibe el Parque- se han ejecutado sin analizar adecuadamente su impacto ambiental?, o sin ir más lejos, ¿cómo se ha podido llegar a ese lamentable espectáculo de acusaciones mutuas al que hemos asistido en las últimas semanas entre el gobierno central y el autonómico -con amenaza de acabar en los tribunales- por esclarecer de quién es la responsabilidad de que el lago no reciba el caudal de agua que precisa para su recuperación?
El tercer aspecto, el del cambio climático, afectará sin duda significativamente al frágil equilibrio de este humedal mediterráneo. Todavía no somos capaces de valorar a dónde nos conducirá, pero el sesgo que estamos observando, con la disminución de las precipitaciones y los episodios de calor extremo, previsiblemente incidirá significativamente en la viabilidad y supervivencia de algunas de las especies más sensibles. Por otra parte, es de todos conocido que el régimen de temporales y el transporte de sedimentos en el litoral ha quedado seriamente modificado por las obras de ampliación del puerto de València. El impacto de estas actuaciones debilita el frágil cordón dunar que separa el agua dulce de la del mar, provocando un aumento considerable de la salinización del lago. Frente a estos aspectos negativos, puede que la Albufera a medio plazo esté llamada a desempeñar un papel clave en la conservación de especies amenazadas como consecuencia de la desecación que experimentan otros humedales más sensibles, dada su mayor resiliencia frente a este tipo de sucesos por su proximidad a los ríos Júcar y Turia.
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Si las opiniones expuestas se consideran razonables, la respuesta a la pregunta que da título al artículo es obvia: sí tiene futuro la Albufera. La voluntad popular y el papel estratégico de este humedal son razones más que suficientes para que las instituciones actúen sin demora y de una manera decidida para resolver los acuciantes problemas que amenazan al Parque y en particular, uno de los más relevantes: la falta de agua de calidad. En este sentido las actuaciones más urgentes que deberían acometer pasarían por: a) Aportar con urgencia y con continuidad caudal de calidad para garantizar que en 2027 se alcance el buen estado del ecosistema; b) Determinar con rigor los objetivos de calidad y caudal que precisa el Parque para su conservación; c) Un Plan de Medidas en el que sea evaluado el coste/beneficio ambiental de cada una de ellas y d) Un Plan de vigilancia y control, transparente, con información contrastada que sea revisada periódicamente.
El futuro depende de lo que hagamos en el presente, y todas y todos deseamos una Albufera viva en la que la naturaleza y las personas sigan conviviendo como siempre en armonía.
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