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Agosto sopló como una llamarada, una lengua de fuego. En mi memoria, por mi piel, queda rastro de otros veranos de papel de lija, de vivir de noche, caer dormido en la playa de madrugada y, después de horas, tener que ser despegado de la plancha con una espátula. ¿Y recordáis lo de acostarse sin camisa de antes del diluvio, mejor dicho, de antes del plantón que nos dio el diluvio? Ya, pero todo eso, igual que el sudar frente al ventilador de aquella vieja Valencia de los balcones abiertos con los visillos flotando y el granizado de limón casero o la angustia del padre ante los eczemas estivales de los trapos meados de su primer bebé, es nada comparado con el infierno del presente. Hemos revoloteado tal que polillas alrededor del aire acondicionado, maldiciendo a quien se le ocurrió subir la temperatura al horno. Pues este ardor histórico del agosto que se autoodia, invivible incluso para el turisteo, será gasolina ante el mechero del otoño. La madre de todas las tormentas ha sido convocada.
Nunca pasamos más calor y, en consecuencia, nunca estuvimos más expuestos a la tempestad que cuelga a su espalda. Recuerdo la desierta campaña electoral de julio como un precedente de lo que acontece. Rememoro a los candidatos de entonces plantados como cactus en un abrasado pueblo polvoriento del oeste americano predicando para el viento que quema y los matojos rodamundos, y de aquella inhibición, de aquel «relax, que la cosita está hecha», me parece que vino la inhóspita descomposición electoral del veraneo sin paz. División o fracaso, esas son las alternativas que se nos ofrecen hoy. O sea, subasta de España, venta del Estado al chatarrero o bloqueo mental. Se avecinan reglas fiscales europeas, toses de la economía alemana, precios del aceite aún más altos, intereses de usura, peajes en las autovías, desigualdad entre territorios..., nubarrones hijos de la asfixia, gota fría consecuencia del estiaje que, por lo visto, llevamos en la sangre y en la mala sombra. Somos la patria devota de Daniel Sancho, la que quiere un hijo suyo, aunque pesquisidora de los picahuevos del gañán de Luis Rubiales, ese toro embolado en la plaza de los informativos de vacaciones. ¿Tenemos remedio? ¿Lo tiene el calor de agosto? ¿Lo tienen las tormentas de septiembre?
Nos adentramos en la tempestad, ayer empezó a llover a martillazos. El destino de España lleva siglos titubeando entre el tormento y la tormenta. Vendrán días muy difíciles, cierto, vendrán..., muy difíciles..., y serán fruto agrio del calor que nos impusimos. No nos pasa nada que no hayamos elegido, ¿verdad?
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