Así lo llaman, traducido de la expresión inglesa 'quiet ambition', aunque creo que, más bien significa 'ambición tranquila'. Se trata de una tendencia detectada entre los jóvenes nacidos a finales de los noventa o primeros de los dos mil, llamados la Generación Z, que consiste en no seguir identificando el éxito en el trabajo con el éxito en la vida y, en consecuencia, querer trabajar poco o, si se puede, no trabajar. Muchos de los charlatanes que tratan el tema en las redes sociales lo presentan como una revolución filosófica, cuando, en mi opinión, no es más que otra respuesta del desencanto por la limitación de oportunidades y los salarios bajos. Mi abuelo Miguel decía que, de los 20 a los 30, trabajas más que ganas; de los 30 a los 40, trabajas lo que ganas y, de los 40 en adelante, ganas más que trabajas. Pues ya no es así, algunos jóvenes de hoy prefieren trabajar menos de lo que ganan desde el principio, y eso que ganan muy poco.
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En 1983, Luis Racionero logró el Anagrama de ensayo con un libro optimista titulado 'Del paro al ocio', donde consideraba necesario dotar de sentido creativo al tiempo que pasamos sin trabajar, siempre y cuando nuestras necesidades materiales estén cubiertas, claro. Recordaba que en la Atenas clásica sólo trabajaban los esclavos, mientras que los ciudadanos se dedicaban al amor y la filosofía, y sugería que los robots podrían ser nuestros esclavos. El problema es que los robots, cuando han llegado, en lugar de hacer más ricos a esos ciudadanos ociosos de Racionero, están haciendo más pobres a los jóvenes. La 'ambición silenciosa' elige el ocio, sí, pero a costa de rebajar el grado de cobertura de las necesidades vitales. Si los chicos no pueden comprarse casa ni coche, ¿para qué van a esforzarse en trabajar? Nuestra sociedad capitalista retribuye el esfuerzo, por tanto, cuando ese esfuerzo no obtiene recompensa, se rompe el contrato social. No es pasotismo, es desafección.
Yo sueño con jubilarme y desaparecer en la España vacía, caminar con mi perro, cuidar mis colmenas, ver crecer mis rosas, la hierba, encender la chimenea, leer libros viejos y escribir, pero soy un sexagenario, ¿cómo es posible que quienes empiezan prefieran vivir esa clase de renuncia antes que pelear? Había futuro en todas partes, ahora sólo en algunas grandes, grandísimas, ciudades. El mayor riesgo de esta 'quiet ambition' es que tales puestos mal remunerados no se quedarán sin cubrir y que quienes los desprecian, en el fondo, se apartan. La 'ambición tranquila' de los jóvenes es el 'fracaso rotundo' de sus padres, o sea, de mi generación.
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