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Javier Sierra vino el jueves a Valencia para presentar su último libro, «El plan maestro». Se lee como una novela, aunque el propio Javier aclara que, más bien, se trata de «faction», una mezcla entre «facts» (hechos) y ficción, según clasifican las librerías anglosajonas. En España a este tipo de literatura la denominamos de autoficción. Claro, por la obra desfilan personajes reales, como la propia familia del autor, Juan Eslava Galán o J. J. Benítez, pero también los ángeles y forasteros misteriosos tan propios de la imaginación científica del autor. Yo lo he disfrutado de un tirón, casi sin respirar, o respirando bajito para no distraerme de lo que importaba, y con la pasión con que devoré novelas, no «factions», sino novelas, cuando era joven. Se puede considerar la continuación de «El maestro del Prado», aunque doy fe de que se sigue como una historia independiente.

Javier Sierra regresa al misterio en que consiste el arte por sí mismo. Dice: «De algún modo, lo que nos provoca el arte demuestra, de modo experimental, que el alma existe». Y me ha hecho recordar que, antes de que los móviles disminuyeran nuestra capacidad de prestar atención, disfrutábamos de la hondura del arte y que ahora sólo surfeamos por sus contornos. Se nos hace cuesta arriba leer más de veinte páginas seguidas sin mirar al móvil, por si nos ofrece algún chiste nuevo; en las exposiciones de pintura, fotografiamos los cuadros como si fuera mejor verlos colgados en una red social, y no digamos de la música, a la que los auriculares han convertido en una experiencia individual con la que poner banda sonora a todos los momentos del día, a todos. Y, volviendo al escritor turolense, cabe preguntarse si una sociedad sin arte no será, en consecuencia, una sociedad sin alma, porque, en la nuestra, al arte lo ha sustituido la distracción, la pura y simple distracción. En «El plan maestro», mediante una trama llena de giros, sentimientos e incógnitas, se nos transmiten claves para continuar con la secuencia histórica del arte, conectando con nuestro pasado más remoto y defendiendo sus prodigios del futuro materialista que se avecina.

Con lo último de Javier Sierra me he acordado de la «Historia del arte» de Salvat, que mi madre coleccionó por fascículos, y del programa «Más Allá» del doctor Jiménez del Oso, pues en ambas cosas se funda esta aventura. Como en el «Bomarzo» de Mujica Lainez, aquí la magia explica el arte, pero ¿dónde queda esa magia en un mundo en el que la inteligencia artificial puede ser artista? O humanizamos el progreso o robotizaremos a los humanos, he ahí el dilema.

O humanizamos el progreso o robotizaremos a los humanos, he ahí el dilema

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lasprovincias De ángeles y forasteros misteriosos