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El papá de Bosé es guapo, el mío igual. Su mamá muy guapa, la mía más, según dice todo el mundo. También mis papás organizaban cenas con amigos en el salón de casa, guateques de tocadiscos, sifón, faldas negras con vuelo y ceniceros llenos, y también mis hermanos y yo, con el pijama puesto, tumbados frente a una rendija de la puerta de nuestro dormitorio, observábamos a los invitados llegar, dejar el abrigo en el recibidor y volar hacia la puerta acristalada del final del pasillo de la que venían las risas. Claro que en mi casa no se esperaba a Lola Flores, ni a Antonio el Bailarín, ni a Carmen Sevilla (¿qué más habría querido mi papá?), pero sí a médicos artistas de los de antes, como Nogués, López-Botet, Carmena o Vilar, en aquella juventud capaces de bailar reptando por las paredes. A los ojos de un niño, todas las mamás y papás son príncipes de Mónaco.
Y no, no teníamos una finca con toros, pero sí un apartamento en Náquera, un jardín de la urbanización y una cabaña de la Banda Rata llamada La Cueva. Nunca me llevaron a cazar a África ni cogí allí la malaria, aunque mi hermano se quemó con pólvora que fabricábamos para enviar lagartijas al espacio. Ya sé que no es lo mismo, pero... Tampoco nos educó la Tata porque papá no era matador, sino lo contrario, ni mamá actriz italiana y tenían tiempo..., ahora bien, hay que reconocer que la tía Enriqueta sí hizo de abuela en casa y que a ella debo las historias truculentas de celos y venganzas que me engancharon a la literatura. Como no hubo una prima Carmina que trajera el pecado a los apartamentos La Loma, mas ahí estaban Blanca, Cristi, Cristina y Pati para repartir primeros besos en la película de vaqueros que rodó mi papá. Cualquiera que vea el principio del estreno de Movistar, 'Bosé renacido', supongo que caerá en la cuenta de que, con más o menos leyenda, el mismo asombro enhebra todas las infancias y que las frustra la misma violencia en que consiste el puro crecer, el mero despertar a leches. Después ya, Bosé se hizo cantante, yo no me atreví y acabé de político, pero de pequeños..., lo repito, Bosé y yo podríamos haber sido bebés cambiados. ¿Qué niño es diferente a otro? Pues ninguno.
En el avión en que vuelo, me canta Sabina por los pinganillos: «Si, como yo, eres de los que prefieren los placeres que brindan las mujeres que pasan de los treinta...». Y pienso que debe referirse a las que pasan de los cincuenta. Aunque, a decir verdad, cada día que paso sin morirme, renazco un poco. Renazco un poco... Y vuelvo a los treinta, y a los diez..., y a parecerme a Bosé si me da la gana.
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