Aun ministro de Cultura de derechas no se le permite imponer su ideología como programa, se argumenta que la cultura debe ser plural y se le tacha de censor. Normal. Pero a uno de izquierdas, y más si forma parte del Gobierno maniqueo de Sánchez, se le tolera cualquier ocurrencia sectaria, incluso la de cancelar aquellos premios artísticos que, por puro prejuicio antiespañol, le parece que no deben concederse. Se puede no apreciar la tauromaquia como espectáculo público, pero eso no impide reconocer que forma parte de la experiencia artística nacional y de nuestra tradición cultural, sin distinción entre derechas e izquierdas. Si el Gobierno socialista cree que los toros constituyen una práctica de tortura animal que los prohíba sin contemplación, pero autorizar que se celebren corridas al tiempo que se les niega su naturaleza de representación artística, además de una posturita, resulta un quiero y no puedo represor y un insulto a millones de ciudadanos a los que se tilda de verdugos.
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Imagino a un ministro que considerase una tomadura de pelo el arte contemporáneo, esos cuadros que podría pintar un niño, y que decidiera cerrar el Museo Reina Sofía, seguro que se le impediría tal capricho. Pues, justamente, en esto estamos. Si al Gobierno de Sánchez le parece que los toros son un martirio, que conceda el Premio Nacional de Tauromaquia a un escritor, o a un cartelista, o a un sastre, o a un arquitecto..., no es necesario reconocer a los toreros, alrededor de los matadores son muchas las artes que se practican, pero suprimir el Premio porque fanáticamente choca con el nacionalismo catalán del ministro no se diferencia en nada de cuando otros prohíben una obra de teatro porque en ella aparecen desnudos o burlas a la Virgen. La censura no admite disculpa la practique quien la practique. ¿Se puede no ser católico y conmoverse ante el Cristo de Velázquez o retiramos la obra del Prado porque el Estado es aconfesional, mejor, porque el ministro no cree en Dios?
Nuestro Rafael Duyos escribió en octosílabos que el gran Pepe Luis Vázquez entornaba los ojos, una mano en el capote, la otra en el burladero, y decía: «Déjalo, déjalo, que el toro ya vendrá solo». Y así debe ser, el toro y su correlato de nostalgia de dehesa, polvo, sangre, muerte y gloria, van y vienen solos, henchidos de épica y sueño. No hay ministro que borre a Lorca o a Picasso. Y nunca ha sido tan verdad la máxima del Pasmo de Triana, al que si hoy le preguntaran cómo se llega a ministro de Cultura de Sánchez, respondería: «Pues ya ve usted, censurando, censurando...».
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