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Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo

Soy un urbanita antropológico, sí, pero de un modelo de ciudad que desaparece. En mi ciudad, las viviendas están habitadas, no se alquilan por horas; el comercio se reparte por gremios (la papelería, la carnicería, el zapatero...), no se concentra por marcas; las personas se saludan al cruzarse, no se ignoran ni se atropellan con patinete; hay teatros, así, en plural, cines y salas de conciertos, y el público conoce su programación, no sólo grandes espectáculos venidos de muy lejos para apabullar. En mi barrio hay una librería y su propietaria receta libros para los distintos desasosiegos del alma (soledad, insomnio, pubertad, vacaciones...), y un bar, no un gastrobar, ni una bocatería, ni un búrguer, ni una «boulangerie», no, un bar, el bar Nodo, por ejemplo, o, a lo sumo, una cafetería. Y un restaurante, sólo uno, donde se sirve menú del día, se cena durante las crisis matrimoniales y se echa de menos a los clientes que dejaron su última propina. También una parroquia, en la que entran los niños corriendo y las ancianas cojeando.

Quiero una urbe de ciudadanos que acoja turistas, no un parque de atracciones al que le restan ciudadanos

La ciudad, mi ecosistema, no consiente convertirse en parque temático. Recibe turistas, desde luego, y los trata como corresponde, haciéndoles sitio y prestándoles atención, pero no se humilla ante ellos, ni se entrega como recinto conquistado a los saqueadores para que beban y ensucien lo que no beben ni ensucian en sus casas. El hábitat de mi especie no hace del turismo su monocultivo, de hecho, el turismo para mi ciudad sería antes un blasón cultural que una industria. Quiero una urbe de ciudadanos que acoja turistas, no un parque de atracciones al que le restan ciudadanos. Las Fallas o la Feria de Sevilla, por ejemplo, se han convertido en destino de la marabunta, y ya no valoramos su resultado por lo que disfrutamos en los casales o las casetas, sino por los millones de euros que dejan los visitantes. Se consideran buenas Fallas o buena Feria si lo fueron para la hostelería, sin reparar en cuánto cedimos de nuestra intimidad urbana quienes no tenemos un piso en Airbnb. Las despedidas de soltero equivalen a invasiones bárbaras para los espíritus cultivados de mi ciudad.

Me marcharé. Acabaré marchándome de la ciudadresort. Me retiraré a la España vaciada, como hicieron los romanos a partir del siglo IV. Pensadlo, es cierto que la tecnología nos aísla, pero que nuestros centros mediterráneos se transformen en trasatlánticos varados, eso, nos aísla sin solución. Soy urbanita de cafés con terraza, vecinos que cantan en la ducha y gorriones en las plazas. Las ciudades decorado son ciudades fantasma para mí.

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