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Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo

Bajo nuestros pies, sin que seamos conscientes, vive otra ciudad, paralela a la nuestra, pero de ratas. En toda gran capital que se precie habitan más ratas que humanos. En Nueva York, por ejemplo, la proporción es de cuatro roedoras por cada persona. En París, donde gracias a la abundancia de ratas la población pudo alimentarse a satisfacción durante el asedio prusiano de 1870 y donde en el pasado floreció la fabricación de guantes de lujo con su piel sedosa, es tal el número de estos bichos que el Ayuntamiento, espoleado por grupos en defensa de los derechos de los animales y en víspera de las próximas olimpiadas, acaba de renunciar a cazarlas y propone una sana convivencia entre ellas y nosotros. La propia alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, se preguntaba en público: «¿Por qué no podemos ser amigos?». Los derechos de la rata y su cohabitación con el hombre (y la mujer) constituye la última reivindicación política de la izquierda europea.

El planteamiento es simple: las ratas no son peligrosas, sino también víctimas de la dominación de los varones, blancos, europeos, cristianos, patriarcales y heterosexuales sobre toda criatura, no importa su especie, que pueda ser puesta al servicio de su poder extractor de vida. La mala fama de estas pobres vertebradas cuadrúpedas no tiene otro fundamento que el del prejuicio antropocentrista. ¿Es que no hay espacio suficiente en nuestras calles para compartirlo con ellas? ¿Quién dice que ratonas y contribuyentes no podamos solazarnos en los mismos parques y jardines? ¿A quién ofende ver pasar a estos animalitos entre sus zapatos? ¿Qué hace distinto a la rata del perrete? Con eso, se quedan a un metro de proponer servicios públicos destinados a la mitad roedora del censo, como sustento gratuito u horarios restringidos para no perturbar su descanso o su cría.

En Valencia estamos flojos en esta liga. Sólo disfrutamos del mismo número de ratas que de valencianos, cerca de 800.000, apenas una por cabeza, y repartidas entre dos especies: pardas, 'Rattus norvegicus', y negras, 'Rattus rattus'. Pero yo..., sí, sí, llamadme «especista», canceladme, no leáis mis novelas..., pero yo prefiero que los alguaciles sigan envenenando ratas, que transmiten enfermedades, a cohabitar con ellas. Ni con las cucarachas. Y espantar a las palomas y las gaviotas, tan metafóricas ambas en

¿A quién ofende ver pasar a estos animalitos entre sus zapatos? ¿Qué hace distinto a la rata del perrete?

tiempos de la Transición, que se han vuelto imperialistas y nos están dejando sin gorriones. ¿Desear ser vecino de ciudades sin ratas es políticamente incorrecto? Menudo universo de berzotas adoctrinados se nos está quedando.

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lasprovincias La ciudad de las ratas