Tú eras un niño y aquella televisión en blanco y negro, la primera red social. Tía Enriqueta decía que teníais un cine en casa porque todos los sábados, después de comer, se sentaba contigo a ver una película, igual que en el salón de actos de los Maristas por veinticinco pesetas. Tarzán de los monos, indios y vaqueros, personajes bíblicos, lanceros bengalíes..., se trataba siempre del bueno y el malo. Y del muchacho, al protagonista le llamabais el muchacho y a su amada, la muchacha. Pero no era un cine, sino una red social porque en todas las casas se veían los mismos programas en sólo dos canales y a la misma hora, y al lunes siguiente, en el colegio, los chicos comentabais idénticas secuencias y reproducíais idénticos puñetazos del muchacho. Has de reconocer que creciste socializado por la tele.

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Además, había una serie, llamada 'Crónicas de un pueblo', que, para más inri, os mostraba cómo ser ejemplares. 'Crónicas de un pueblo' fijó el canon de la Arcadia franquista, de aquella patria honrada, guasona, apolítica, pícara y creyente, un minuto anterior al destape, los ovnis y las autonomías. Narraba la vida cotidiana de Puebla Nueva del Rey Sancho como si vivir consistiera en conformarse y soltar frescas. Frente a las grandes capitales que, a principios de los setenta, se deshumanizaban por indeseado efecto de la emigración del campo a la ciudad, 'Crónicas de un pueblo' presentaba el mundo campesino como si fuese la reserva espiritual del ser humano en estado de naturaleza, de su autenticidad primigenia. Hoy te has enterado de la muerte de Jesús Guzmán, el cartero que, para charlar con quien se cruzase, llevaba la bici por el manillar y jamás pedaleó, y te das cuenta de que la imagen idealizada que conservas de los pueblos, ya sabes, lo del pan crujiente, cabrito tierno, vino de la tierra, olor a leña, hospitalidad campechana, nieve en invierno y bar bienhumorado, se la debes a esta serie. Que por eso crees, bobo de ti, que todavía quedan buenos salvajes en el rural.

Falso, te lo aseguro. En la España vacía, el abandono no ha dejado una muestra preservada de lo genuina que fue nuestra cultura. Qué va, no. La existencia sencilla de pueblo no resiste como alternativa a la de ciudad, nunca resistió, es la misma supervivencia, aunque más lejos, peor abastecida e igual de sucia. En 'Crónicas de un pueblo' no se veían bolsas de plástico ni latas de refresco en los arcenes de las carreteras con chopos, pero ahí están. 'Rustico' ya sólo es una marca turística. Abre los ojos, no hay un Shangri-La español. Anda, apaga la tele de una vez.

La serie presentaba el mundo campesino como si fuera la reserva espiritual del ser humano

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