Borrar
Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo

Yo estaba en Madrid y se sabía porque era mañana de diario. Lo viví por teléfono sin poder reaccionar. Primero, empapelaron la calle con retratos míos manchados de sangre. Luego, llamaron a los interfonos de los vecinos para informarles de que convivían con un criminal. Entraron en la parroquia, donde se celebraba misa, para repartir mi foto ensangrentada entre los feligreses. También en las tiendas y en la librería. Y cuando juzgaron que ya se había reunido suficiente gentío frente al portal, no menos de cien revoltosos comenzaron con el escrache propiamente dicho. Gritaron, golpearon cacerolas y ollas, lanzaron insultos y demandaron que saliera para ajustarme las cuentas. Subieron hasta el piso y ahí empezó el aporreo de la puerta y los empellones para intentar tumbarla. Un hijo pequeño que estaba dentro se asustó tanto que a punto estuvo de escapar saltando por el balcón de la cocina.

Ada Colau alentó en la tele aquel jarabe democrático que recibieron los míos sin mí. Aconsejados por la policía, en menos de una semana y deprisa, tuvimos que buscar otra casa e irnos del barrio. ¿Por qué a mi familia? No está claro, quizá porque yo era un diputado de derechas y tenía que pagar por los desahucios que se producían en toda España, creo que era por eso. No fui el único, a Rita Barberá, sin ir más lejos, aquella política de la ira le costó la vida. No menos de 250 personas afines al PP, en casi 80 causas penales, vieron sus vidas truncadas por imputaciones y señalamientos públicos que acabaron en archivos o absoluciones. Eso sí, no se llamaban Mónica Oltra ni Pedro Sánchez y, por tanto, sus casos se olvidaron. Ninguno habló de «guerra sucia judicial». En España, la política sólo es injusta, cruel y hace llorar a Almodóvar cuando la sufre la izquierda.

Tras publicarse informaciones acerca de los negocios de su mujer que a cualquiera del PP le obligarían a dimitir, en lugar de dar una explicación, Sánchez se coge una rabieta y se encierra en el dormitorio con ella, como unos John Lennon y Yoko Ono de ranchera. ¿Intocable? En su partido lo creen y amenazan a periodistas, jueces y parlamentarios al más puro estilo bolivariano con arengas en las que sólo falta el llamado a la suspensión de las garantías constitucionales. En su narcisismo, ansía ser venerado como otra Evita u otro Chávez. Esta confusión cursi de la democracia con las telenovelas siempre resulta preludio de algún autoritarismo latino. Guardaos de los dirigentes que lloran porque mienten con el corazón en la mano. Mi familia se comió las lágrimas, como toca en el mundo adulto.

Guardaos de los dirigentes que lloran porque mienten con el corazón en la mano

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias La doble vara de medir lágrimas