Escribo esta columna a 824 kilómetros por hora y a 11.894 metros de altitud sobre el mar. Vuelo hacia Quito, donde, a esta hora en que usted me lee, comienza una decisiva jornada electoral, a la que asistiré como observador del Parlamento Europeo. He dejado a un lado los periódicos con amargo sabor de boca por la ofuscación que ahora gobierna el mundo y, dado que en el avión no se puede estirar las piernas, me he puesto a escribir como quien cierra los ojos y conversa con su memoria por desahogarse. Me pregunto en qué momento los EE. UU. y la UE dejamos de promocionar la democracia en el mundo y pasamos a defender sólo nuestros intereses particulares. Atendiendo a las noticias, las acciones internacionales de las grandes potencias están dirigidas a proteger su comercio, su mercado o su área de influencia y ya no más a expandir las libertades y los derechos fundamentales o, simplemente, a combatir el hambre.

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No soy tan ingenuo como para creer que, durante la Guerra Fría, los socios de la OTAN hicimos algo distinto de plantar cara a la URSS en el mapamundi, pero recuerdo que, ni siquiera entonces, renunciábamos a democratizar África, impulsar el diálogo en Oriente Medio o defender a las mujeres en Irán. Sin embargo, en virtud de un extraño autoodio, que nos lleva a aceptar que nos igualan en legitimidad las culturas políticas que descalabran homosexuales o admiten el matrimonio de niñas, hemos dado un paso atrás en el fomento de los valores racionales, laicos y liberadores del individuo de Occidente. Hoy en día, la democracia parlamentaria con Estado social y de derecho es ya únicamente otra forma más entre la variedad de gobiernos moralmente explicables, junto con las autocracias o los neocomunistas. Si llegaran los extraterrestres, la ONU, al explicarles la Tierra, les diría: «Y aquí los raros europeos, que no admiten discriminación por causa de religión, raza o sexo, antes exportaban este comportamiento, pero lo dejaron porque era eurocentrista y fruto de su complejo de superioridad».

El primer hombre que pisó la Luna dijo que era un gran paso para la humanidad, el primero que pise Marte dirá que es un gran paso para Elon Musk, Xi Jinping o cualquier fondo de inversión... Antes aspirábamos a descubrir estrellas, ahora sólo a explotarlas. Yo noto esa diferencia. Me moriré defendiendo que la política exterior, además de intereses particulares, debe propagar el enciclopedismo, prefiriendo el imperio del derecho internacional a la ley del más fuerte. Esteban..., estás volviendo a entrar en la zona de turbulencias, por tu bien, detente aquí.

Me moriré defendiendo que la política exterior debe propagar el enciclopedismo

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