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Tuve ocasión de pasar un par de días con Henry Kissinger, lo que para mi generación es como haber conocido a Marco Agripa en tiempos de Augusto, y me sorprendió la racionalidad, el desapasionamiento, con que analizaba el contexto internacional. Pensé que esa visión del mapa ampliado era lo que le faltaba a la política española, quizá desde la pérdida de América, pero, sin duda, todavía hoy. Los asuntos hispano-españoles nos atrapan y nos aldeanizan hasta el punto de que vivimos totalmente al margen del curso que la historia universal toma. Actualmente, no asistimos a una aceleración del tiempo, sino a un cambio de era, de la Contemporánea estamos pasando a la de la Ciencia Ficción, caracterizada por el viaje a Marte, la inmortalidad física, la inteligencia artificial, el vaciado de cerebros producido por los móviles o la robotización del mercado laboral, pero aquí volvemos a discutir sobre Franco, un asunto que ya anclaba a España en el XIX cuando yo era pequeño.
Precisamente, acaba de morir Jimmy Carter y, con él, un planeta Tierra asentado sobre la seguridad. Lo que viene en enero se llama Trump, paradigma de incertidumbre. Imaginemos, por ejemplo, que Rusia ganase la guerra a Ucrania en este 2025, ¿qué cabría esperar? Que muchos países del Este, decepcionados, renunciasen a su fe proeuropea, que la guerra híbrida de Moscú contra nosotros se incrementase, que nos dividiésemos sobre la compra otra vez de gas barato, que muchos volviesen a pensar en las armas nucleares como recurso defensivo, que China considerase posible una invasión de Taiwán..., y nosotros debatiendo sobre Franco, un tema en el que nos jugamos el futuro del país, pero no te lo creas. Los verdaderos problemas de España hoy son: crisis del Estado de derecho, educación, pensiones, reindustrialización, vaciado del interior, llegada masiva de inmigrantes, monocultivo del turismo o reparto del agua dulce. Proponer a Franco como dilema son ganas de encabronar sin contribuir con nada nuevo. En la España de Sánchez no se gobierna, se hace propaganda como si se gobernase, igual que en las redes sociales respecto de la verdadera amistad.
Como en el Barroco o en la Restauración, en esta nueva edad de la transformación digital y la resiliencia ante la degradación climática, nuestra política no es el motor de la historia, sino el instrumento que frena ese cambio con retórica de sus falsas glorias. Deberíamos asomar la cabeza afuera del vagón, ver el paisaje del mundo y dejar que los muertos entierren a sus muertos. Más que nunca, España debe modernizarse para sobrevivir.
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