El español es calvo, se ha demostrado y conviene saberlo. En este tiempo de patriotas y antipatriotas, se agradece aclarar semejante extremo para que unos puedan lucir la bola de billar sin complejos y los otros se la cubran como buenamente puedan, porque, si se ... piensa detenidamente, la calvicie, esa marca nacional, delataría como celtíbero al independentista más radicalizado. La inesperada noticia nos la ha dado esta semana una plataforma que compara tratamientos contra la caída del cabello y, obviamente, cobra por hacerlo, a la que sus muchos clientes le han permitido establecer tal clasificación mundial y proclamarnos líderes universales en alopecia. Como cuando las marcas de preservativos nos informan sobre la frecuencia y tipo de consumo de sus productos por países, esta plataforma de pelados coloca por orden a las naciones de la Tierra, de más a menos calvas, y la nuestra encabeza el listado. Utilizo el verbo «encabezar» sin segundas, ya que hablo de lopigia y no de cuernos.
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En general, que los hombres nos quedemos desnudos de cejas para arriba es cosa, por lo visto, del hemisferio norte, del planeta, digo, y en particular, de Occidente. Para que se me entienda, los varones más calvos somos los españoles, los italianos y los franceses, en esas posiciones de oro, plata y bronce pelón, y los menos, los indonesios, los colombianos y los filipinos, también en esa prelación. Tendrá que ver con la alimentación y con el estrés, supongo, todo lo que favorece poco viene de la ingesta y el agobio, la impotencia lo mismo, por nombrar lo primero que me viene a la frente, pero no puede negarse el factor genético. Calvos fueron nuestros abuelos y calvos somos nosotros. Calvos debieron ser don Pelayo, el noble Cid Campeador y el novio de la muerte y, a fuer de españolidad, calvos serán nuestros descendientes, siempre que la raza ni se mezcle ni se debilite. Por eso, ahora, me enorgullezco tanto del culo de mona ampliado que luce mi coronilla, ya que, por fin, he comprendido que no es otra cosa que la huella de la mano de Viriato, de Hernán Cortés y del héroe de Cascorro sobre mi crisma. Ser calvo y español son dos formas consanguíneas de no rendirse frente a la adversidad.
¿O no serían calvos los tercios de Flandes, la única generación de españoles que puso orden en esta Europa que tan mal nos trata? Claro que sí, calvorotas y con malas pulgas como Dios manda en nuestra esquina de la civilización. Pues eso, que cuanto menos cabello en la azotea más rojigualda el alma, y por si alguien lo dudaba, ahí están los Beatles y Puigdemont.
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