Urgente Los Bomberos continúan los trabajos para controlar el incendio del bingo de Valencia y desvía el tráfico

La masa turística, borracha y vociferante, lo mismo que una plaga o un huracán, destruye lo que persigue. En las Fallas de este año, los pasacalles, con sus valencianas de ramitos todavía de claveles para la Virgen y sus bandas que dejaron a Amparito Roca por Shakira, flotaban a la deriva en un océano de visitantes bravucones, poseídos por un espíritu gemelo del de la despedida de soltero, que ni atendían a nuestras tradiciones ni les importaban. En las calles, apagadas y desprotegidas por el Ayuntamiento, inútil corporación ensimismada en su barcelonismo, absentista, aldeana y chapucera, las niñas con moños y peinetas llegaban a sentirse bichos raros en medio del desbarajuste de churreros, hombres orinando en los alcorques y manadas de neandertales trashumantes por la ciudad. Se diría que lo fallero era lo forastero. Las carpas se convirtieron en fortalezas cuando salir hacia la ofrenda significaba arriesgarse a sufrir interminables y frías horas de retraso en una calle Colón oscura como un cementerio por la noche y sin suficiente policía para que la multitud respetase el espacio entre estandartes. No se puede descuidar más lo propio, es imposible.

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Yo recuerdo de dónde vienen las Fallas. Eran del barrio: de los comerciantes, de las vecinas, de las bandadas de chiquillos, del loco de los Capuchinos... Bajábamos muebles viejos para quemarlos con el monumento y los sábados por la tarde había teleclub en el casal. Eran unas fiestas de calle, mejor dicho, las fiestas de mi calle, de la de cada uno. Ahora, aquellas verbenas han desaparecido de las aceras y se han encerrado en las carpas, igual que en la Feria de Sevilla, se han puesto a salvo de los bárbaros. Da lo mismo que se trate de los Sanfermines o del carnaval de Río, cada celebración local medianamente reconocida se está transformando en una excusa, tan válida como cualquier otra, para que la horda se presente, se haga selfis, coja un pedo, vomite y deje una montaña de basura al marchar. Durante cuatro noches, Valencia se ha convertido en el escenario de una rave gigantesca. Por algunos chaflanes era imposible pasar, incluso de madrugada.

Escuché a un recadero del alcalde: «Las Fallas pueden morir de éxito». Qué mentira. No es eso. No hay éxito en la desatención, la indolencia, la palabrería... ¿Es normal que muchos de los que se quedaron este año estén pensando en marcharse el próximo a la playa? También las Fallas claman por un cambio, no puede continuar este declive. Hagamos algo, intentémoslo, al menos. Me niego a aceptar que morir por masificación sea inevitable.

Durante cuatro noches, Valencia se ha convertido en el escenario de una rave gigantesca

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