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Asistí el miércoles al estreno de la película «Menudas Piezas» y debo decir que me gustó. Cuenta la historia real de un maestro de Zaragoza, Enrique Sánchez, conocido por sus alumnos como Donen, que enseñó a jugar al ajedrez a las chicas y chicos del colegio público Marcos Fechín, situado en el barrio más deprimido de la ciudad, y que los vio convertirse en los mejores de España. Se hablará de la película porque su relato estimulante y su sentido del humor recuerdan al de la exitosa «Campeones», cambiando el baloncesto por el reto de los 64 escaques. Se insistirá, con razón, en el mérito del profesor (profesora en la película), en la importancia de la enseñanza pública y en la fuerza épica de estos niños humildes escalando a lo más alto gracias a su talento y esfuerzo. «Ante un tablero todos somos iguales», dice Donen. Y tales elogios resultarán justos y necesarios, pero yo voy a fijarme en la aptitud pedagógica del ajedrez, que, para mí, no es un deporte ni una disciplina, sino literatura en puridad. Si yo volviera a ser conseller de Educación, cosa que no ocurrirá, lo impondría como materia obligatoria.
El ajedrez es leyenda, guerra simulada, caballerosidad obligatoria, ciencia aplicada, intuición decisiva... El ajedrez es la vida vista a través de los ojos ciegos de Homero, de la mirada apasionada de Shakespeare, de la ironía compasiva de Cervantes. El ajedrez es mucho más divertido que cualquier videojuego, incluso más instructivo que algunas asignaturas. Ni buenos ni malos, en el ajedrez las dos partes son equivalentes y al final se estrechan la mano. Yo también tuve mi Donen, fue mi tío Guillermo, con sus piezas talladas en madera como guerreros moros y cristianos. Los primos no fuimos campeones de España, pero nos quedó para siempre la afición a pensar. Y así se la transmití a mis hijos, a los que hoy veo emular a Fisher y Spasski con una aplicación del móvil. El ajedrez enseña a los niños estrategia, reflexión, respeto, que los movimientos tienen consecuencias...
Es obvio que maestros como Donen hay pocos, y discípulos como los suyos también, pero el ajedrez está al alcance de cualquiera, sólo es cuestión de adelantar el primer peón. Muchas veces atribuimos valía extraordinaria a quien, simplemente, se fija en que lo ordinario queda a nuestra disposición. No es que el ajedrez tenga valor terapéutico, es la voluntad de salir adelante la que nos salva. Se conoce como «apertura española» el modo habitual de comenzar la partida con blancas, ¡qué lejos ese tiempo en que lo español era mover piezas como Donen y no tirárselas a la cabeza!
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