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Falta que Lancelot y Ginebra se citen por Tinder

Domingo, 4 de febrero 2024, 00:06

Al cine no le pido menos que a la literatura porque, en realidad, el cine es continuación temporal de la literatura. Las mismas aventuras que se relataban en cuevas dibujando bisontes por las paredes; y después, copiaron los amanuenses en la penumbra de monasterios de piedra y enredaderas; y después, dramatizaron escritores rusos en volúmenes preñados de infidelidades, remordimientos y diálogos profundos; y después, el maestro Eduardo Mendoza ha caricaturizado en su divertidísimo último libro, 'Tres enigmas para la Organización'...; esas mismas aventuras repetidas por la literatura una y otra vez, siglo tras siglo, en verso, teatro o prosa, son las que ahora cuentan las películas y los videojuegos. Así que, como vicioso de la lectura que soy, tengo derecho a exigir a las series históricas la misma fidelidad que exijo a las novelas históricas.

Se proyecta en Movistar la adaptación de 'El rey del invierno', del célebre narrador de batallas Bernard Cornwell. El texto original fabula sobre cómo pudo ser el verdadero rey Arturo en aquella edad tenebrosa en la que los romanos ya no estaban, los britanos resistían y los sajones se les venían encima. Tras la inolvidable 'El último reino', del mismo autor, pero en Netflix, recibí expectante el estreno. Y mi decepción no pudo ser mayor al contemplar jinetes del siglo VI galopando con estribos, druidas mujeres que sonríen con carillas dentales, celtas luciendo silicona en los labios, bótox y tetas como cohetes, y un Merlín, último representante del paganismo en la isla con forma de gnomo, transformado en hechicero animista. Ojo, no es que todos los africanos fueran siervos en Roma, sino que, pese al cosmopolitismo del Bajo Imperio, allí no abundaban los subsaharianos. Nos han ofrecido aristócratas negros en culebrones de salón del XVIII, es la moda política, qué se le va a hacer..., pero lo del Merlín afro convierte esta serie sobre Arturo en un delirio pop, nada que ver con la leyenda. El famoso mago debió ser un galo endémico, no un romano, ni siquiera un rey númida.

No ayuda a la reparación del daño producido por la esclavitud transmitir la mentira de que no hubo racismo, de que en la Inglaterra altomedieval los colores convivían con tanta naturalidad como en el Notting Hill de hoy. Por supuesto, mucho mejor sería reflejar la historia tal cual aconteció. Ahora bien, cuando ocurre al contrario y es un concejal de pueblo el que se pinta la cara para hacer de rey Baltasar, entonces sí, al tipo le cae la del pulpo... Qué tiempo tan papahuevos nos toca vivir en que la Historia se vuelve historieta.

Qué tiempo tan papahuevos nos toca vivir en que la Historia se vuelve historieta

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