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En los últimos quince días me han felicitado por el solsticio de invierno, la Navidad, las pascuas, mi santo, la salida y entrada de año, el año nuevo y la noche de Reyes. Excepto por alguna mamarrachada, como lo del solsticio, más o menos igual que siempre desde que vivo como adulto. ¿Cuál es, pues, la diferencia que ahora lo hace insoportable? El WhatsApp, los SMS, los Telegram, los Signal..., todas y cada una de las aplicaciones por las que nos enviamos mensajes, que nos obligan a estar pendientes del móvil y que, al llegar estas fechas, el personal utiliza sin mesura para inundar los buzones de entrada de textos de buenos deseos, casi todos tan cursis como repetidos. Y no se te ocurra no responder porque quedas mal. O peor, puede que, al contestar por cortesía, tu interlocutor interprete que comienza una conversación y vuelva a escribir, obligándote a responder de nuevo.
Las tardes de Nochebuena y Nochevieja las pasamos con el teléfono en la mano, enviando y recibiendo felicitaciones de las mismas personas a las que dejamos de ver la víspera y a las que volveremos a ver a partir del 6 de enero. Es absurdo. Unos mandan idéntico mensaje al del año pasado; otros copian y pegan el que ellos también han recibido, que acaba llegando por mil sitios; además, hay quien elabora una felicitación tipo y le va cambiando el nombre del destinatario; y no desdeñemos el chiste sobre Pedro Sánchez, el vídeo de niños cantando villancicos o la cosa esa de que Papa Noel te va a meter en un saco y llevarte a casa de alguien que dice quererte mucho y que se lo ha pedido. Todo el afecto navideño se ha transformado en aluvión de mensajitos. Yo los recibo incluso de teléfonos que no tengo identificados, y paso, no exagero, más de tres horas respondiendo cada vez que se presenta una efeméride de estas. ¿No he de estar deseando que se acaben ya las fiestas, si al sentarme a comer las uvas aún veo estrellitas de tanto fijarme en el puñetero móvil?
Navidad no significa cena de empresa, ni tardeo con los del gimnasio, ni salir a emborracharse con sombrero rojo de pompón blanco, ni ese despedirnos de todos como si un meteorito fuese a chocar con la Tierra. Navidad es invierno, tiempo de recogerse con los íntimos y celebrar los lazos familiares, para la jácara ya están los demás festivos. Por eso, en estas fechas, llamo y hablo con aquellos que quiero sentir cerca, y exhibo mi espíritu navideño no escribiendo wasaps enlatados a nadie. No hagas lo que no quieres que te hagan. Con que, por Dios, que vuelvan las tarjetas y que los cansinos, al menos, practiquen caligrafía.
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