En la presidencia del Parlamento Europeo vamos a estudiar la posible sanción a un eurodiputado pro-Putin que, en un acto organizado en una sala de la Cámara, colgó el retrato de Lenin y promovió que los presentes cantasen La Internacional con el puño en alto. La base para tal castigo sería una resolución del pleno, según la cual, los crímenes del nazismo fueron enjuiciados en Núremberg, pero los del comunismo siguen sin ser evaluados moral y jurídicamente. Y que prohíbe el fomento y exhibición de símbolos comunistas. Hay que tener en cuenta que la mitad oriental de Europa sufrió hasta 1989 la invasión soviética y las terribles dictaduras comunistas que vinieron después, y que no olvida. Stalin y su cola de pequeños imitadores, cuyas fechorías continúan impunes, todavía no son Historia. Para un polaco, un húngaro o un croata escuchar La Internacional con el puño enhiesto es hacer apología de la tiranía y los asesinatos en masa.
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China, Corea del Norte o Cuba son buenos ejemplos de que la represión comunista sigue viva, no es pasado. Y el asesinato por hambre de veinte millones de personas en Holodomor, el genocidio del 20% de la población de Camboya en tres años por los Jemeres Rojos de Pol Pot, la ejecución de 22.000 polacos en Katyn o la violación de dos millones de mujeres en Alemania del Este por los soldados rusos, algunas hasta setenta veces, ejemplos también del rastro de barbarie, crueldad y dolor que el comunismo deja tras de sí. Por eso, sólo desde una actitud muy hipócrita, muy cínica, se puede politizar la condena unánime a la que los demócratas españoles sometemos al franquismo y, casi en la misma semana, levantar el puño para cantar La Internacional en el congreso del PSOE sin complejos por el trasfondo autoritario del gesto. Para la mitad de nuestros socios europeos ver a Pedro Sánchez con el puño en alto fue como si nosotros viéramos a Donald Tusk cantando el Cara al Sol y saludando a la romana.
Está de más recordarlo, pero la democracia a España no la trajo la muerte en la cama de Franco, sino el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y mis padres, con los padres de mis amigos, que el 15 de junio del 77 se vistieron de domingo, aquel miércoles, y fueron a votar por primera vez en sus vidas. Utilizar el espantajo de Franco para crear un clima que nos retrotraiga constantemente a la Guerra Civil, nos divida y garantice al Gobierno, ahora que no tiene quien le quiera, el apoyo de, al menos, una mitad de ciudadanos es miserable. Franco está bien muerto y con él, el franquismo; vamos a preocuparnos por el futuro y a sumarnos, que falta nos hace.
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