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Con toda ingenuidad, presenciando en televisión el funeral del papa Francisco, uno se preguntaba: siendo tan fácil que los líderes mundiales se reúnan, ¿por qué no lo hacen más a menudo y resuelven los problemas que afronta la humanidad? Se diría que la plaza de San Pedro era ayer la capital del planeta Tierra. Las cosas más complejas parecen sencillas cuando se miran de forma cándida. El día en que tomó su primera comunión, el niño que fui en los setenta del pasado siglo pensó que, si se invitaba a misa a palestinos e israelíes o a vietnamitas y norteamericanos, en el momento de darse la paz, casi sin darse cuenta, estrecharían sus manos y de forma automática terminarían las guerras. Ya sé que una cosa es asistir a la cena de Nochebuena en Navidad y otra, querernos, pero no deja de ser alentador que exista ocasión de juntarse, hablar y compartir recuerdos y esperanzas.

En realidad, ayer podrían haber comenzado dos cónclaves: uno católico y otro civil, uno para elegir papa y otro para elegir un buen gobierno del mundo. Para mí, Francisco ha sido el papa que ejerció de párroco, como si la Iglesia entera fuese su barrio, cercano a los problemas de los feligreses por más que para muchos él no tuviera una solución. Los homosexuales, los divorciados, los migrantes, los diferentes, los perseguidos por la moral, las víctimas de la guerra..., aunque no obtuvieran una respuesta doctrinal diferente de sus labios, sentían, sin embargo, su compañía, su comprensión, su afecto... Los oyó tal y como lo haría un cura de a pie con cualquiera de sus vecinos. Hablaba de Dios con sonrisa de pescador de hombres, pero pescador de verdad. Su legado será la simpatía, en el sentido más inteligente del término, o la inteligencia, en el sentido más simpático del término. Me incomoda el análisis político que se hace de la elección del sucesor de Francisco porque la Iglesia no es una obra política y porque lo único que cabe esperar del nuevo papa es que tenga la personalidad que exige el tiempo endemoniado al que se va a enfrentar. La Iglesia no se puede permitir la polarización o dejaría de ser Iglesia.

Visto desde la altura de un dron, el funeral de Francisco era apenas una mancha de color en la arquitectura romana. No obstante, en ese pequeño punto abarrotado, todos los reyes y presidentes se apretaban unos a otros orando, o fingiendo que oraban, por la paz. Y con toda ingenuidad, uno se preguntaba: ¿por qué no hacen algo más al respecto? Del cónclave civil sigue saliendo fumata negra. Sí, más que politizar la Iglesia nos falta lo contrario: un Francisco en la política mundial.

Para mí, Francisco ha sido el papa que ejerció de párroco como si la Iglesia entera fuese su barrio

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lasprovincias Fumata negra en el otro cónclave