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Las generaciones comparecen en la playa, que es el morir, como olas de un mar, embravecido a veces, fatigado de natural. Se suceden unas a otras impulsando el fluir de la historia, rompiéndose contra los arrecifes o adormeciéndose sobre los médanos. Y la mía, que en su cola arrastra despojos de innumerables naufragios privados y que por fin busca esa bahía donde se otoña el verano de la vida, pasó el jueves por el WiZink Center para celebrar el cuarenta aniversario de Hombres G. Sí, mi generación todavía con ganas de bailar. Las entradas se acabaron hace meses porque quisimos estar, pese a las décadas de más, las papadas, la alopecia, los divorcios con hijos, los amigos idos por la droga, y el sida, y la carretera, y el cáncer..., los años sin vernos, las decepciones... Con más necesidad de vivir que nunca, como una ola que se empieza a combar y ruge.
Casi no se oyó a David Summers en 'Venezia' y tampoco en 'Temblando', nuestras gargantas las zarandearon como himnos y el recinto las hizo suyas con voz de multitud. Somos los primeros que llevaron zapatillas, las Paredes, los que pedían salir antes de dar un beso, los que desesperaban a sus padres monopolizando el teléfono de casa a la hora de cenar, los que escribían cartas de amor, ¡y postales!, los que aprovechaban el lento en la discoteca para enrollarse e iban con niñas a las que todas las canciones les recordaban algo, las mismas que decoraban sus capetas con fotos de Leif Garret. Somos el mechero Zippo sobre el paquete de Fortuna, la Vespino roja, Grease y Luke Skywalker, el cubata de ron, la máquina de marcianitos, la vergüenza de pedir Durex en la farmacia, aquel Auto Res que un día se fue a Madrid... Somos una generación de piterpanes prostáticos, fingimos ignorar hasta qué punto nos hemos hecho mayores, pero nos hemos hecho muy mayores, aunque sigamos cantando con Hombres G.
En el concierto, quien más quien menos se preguntó qué fue de su primera novia o de su primer novio, de aquella muchacha moruna cuya sonrisa lo decía todo, de la que se conserva una vieja foto, o de aquel compañero de clase, pero profesor de amor... Quien más quien menos se acordó de su bar. El de los Hombres G, el Rowland; los míos el Nodo y la Tasca Amarilla. Nuestros fantasmas se aparecerán en esos bares, tomarán café con las chicas cocodrilo y no serán los guapos del barrio. Quien más quien menos se supo parte de una ola sobre cuyo lomo ya brilla el púrpura del atardecer, una ola que cubrirá de polvos picapica el cuello del destino mamón, del tiempo que nos degrada el cuerpo, pero no el alma ochentera.
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