Es el título del segundo libro de poesía de Julián Quirós. Y yo, tras lo que pasó anteayer en Washington, cansado de que hasta mis enemigos me llamen para decirme «Perdón, tenías razón con Trump, te quedaste corto», prefiero hablar de poesía y, más en concreto, de la poesía de un amigo. Lo de Trump contra Europa y el fin del EE. UU. que defendía la democracia y la libertad lo considero el contexto en que la poesía deberá crecer a partir de ahora, no como en una guerra, pero sí ante el declive de un imperio a cuyo despeño vamos a asistir, porque, cuando los intereses del emperador se anteponen a los del propio imperio, esa decadencia se vuelve inevitable. Por eso, me pareció metafórico que el viernes, a la misma hora en que Zelenski mantenía erguida nuestra dignidad en el despacho oval, unos cuantos nos deleitásemos en Valencia leyendo esos versos de Quirós. «El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos», le dice Ingrid Bergman a Humphrey Bogart en «Casablanca» cuando los nazis entran en Paris.
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El libro de Quirós, en el fondo, trata precisamente de eso: de una forma de vivir, quizá de la vida misma, que se extingue por la llegada de las nuevas tecnologías y los nuevos conquistadores. Pertenecemos a una generación que vio a los trenes parar en los pueblos, los sorteos de quintos para ir a la mili y que, en la corteza de un castaño, grabó con una navaja las iniciales de su novia de una feria. Hoy, esas iniciales, secas, sarmentosas y juntas, prueba irrefutable de un amor que iba a durar para siempre, se saldan con un clic, pinchando un corazoncito, «sin esfuerzo, sin pensarlo mucho ni poco». Y el mundo digital, con su blando «gatillo del enter», con sus linchamientos, sus noticias falsas y sus refriegas nos ha obligado a refugiarnos en nuestra nostalgia. Ese es el espacio de la poesía de Quirós, la caja de los recuerdos donde los ancianos guardaremos fotografías, recortes de periódico y dientes de leche extraviados. Si la inteligencia se ha convertido en artificial, ¿no habían de ser artificiales también los sentimientos?
En «Ya éramos barro», el poeta dice que la revolución del Google vino al derribo de la memoria, de las pequeñas historias particulares, que lo borró todo. Que nos cambió silencio por ruido. Que nos dejó instrucciones y convirtió en mentira lo que no cupiera en un código. «Yo soy un código», concluye. Y cualquiera que aprecie la poesía compartirá esa inquietud. Esto no va de lucha generacional, sino de salvar nuestra cultura de la invasión de los bárbaros, otra vez. El libro de Julián Quirós es un último aviso.
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