Escuchando a mi querida Maite Pagaza anunciar la concentración a favor de la igualdad entre españoles que, con arrojo de resistencia democrática, sostuvimos ayer en Cibeles, me enteré de la muerte de Agustín Ibarrola, genial escultor y pintor de Basauri, el de la boina barojiana, comprometido en serio con la libertad, uno de esos vascos que probó la prisión política, la de verdad, y el sabor ferroso de los pómulos rotos a leches en la comisaría durante el franquismo y, cuando vino la democracia, el miedo a salir, los funerales de amigos tiroteados por la ETA y el acompañamiento perruno del escolta. Uno de esos vascos que no fueron libres ni antes ni después. Y me produjo vergüenza ajena comparar la presunta persecución ideológica de aquellos a los que por robar van a amnistiar ahora con el frío garbancero de correajes y patadas en la boca que congeló a Ibarrola las orejas y las gafas en el penal de Burgos.
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A Ibarrola le quemaron el caserío los fascistas en 1975 y, en 2000, los etarras arrancaron la corteza a cien árboles de su obra 'Bosque de Oma'. Primero, unos y, después, otros, pero siempre los mismos rivales de lo humano. Alguno de esos perseguidores de la inteligencia, por cierto, forma parte de la nueva coalición de gobierno sanchista. Las creaciones de Ibarrola, concebidas para que el arte llegase al pueblo y no sólo a los burgueses, combinan, igual que su biografía, realidad e imaginación, sombra y color, angustia y esperanza, porque morir es lo contrario de vivir, aunque se pueda morir en vida y vivir tras la muerte. Dicho con otras palabras, lo bueno es hermoso y lo malo no puede serlo y, si lo que estamos viviendo en España resulta perverso, necesitaremos corazones de artista como el suyo para seguir pintando bosques de colores, riendo y bebiendo vino, esto es, practicando la belleza.
No tuve la suerte de conocer a Ibarrola, más allá de algún saludo, pero fui amigo de uno de sus compañeros de cárcel, el poeta Vidal de Nicolás, quien contaba una anécdota que retrata bien a esta generación irrepetible de vascos empecinados, de españoles de acero. Una vez, siendo Vidal presidente del Foro de Ermua, se le acercó Patxi López, o alguien de su parte, para exigirle que el Foro apoyase al PSOE para levantar un muro contra la derecha, a lo que él respondió: «He luchado mucho para que la tierra sea de todos y no contra todos, sin divisiones ni odios, sin enemigos que no merecen existir, y ya sólo aspiro a que, cuando me despierte cada mañana, el espejo no me devuelva el rostro de un hijoputa». Seguro que el poeta quiso decir: «Me gusta la fruta».
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