No elimino de la agenda del móvil a las personas que mueren, sería como matarlas definitivamente, como borrar sus recuerdos. Por supuesto, nunca llaman, pero están. Bueno, una madrugada recibí un mensaje del teléfono de un hermano del alma, utilizando el mismo verso de Miguel Hernández que él y yo citábamos para despedirnos, aunque imaginé que sería su viuda, sentada en la mesa de la cocina, leyendo las cosas de su marido y buscando con quién compartir tanto dolor. Y acerté. También, no hace mucho, Telegram me informó de que uno de mis muertos se había dado de alta, y lo mismo, comprendí enseguida que ese número, que fue imprescindible para mí, se ha asignado a un nuevo abonado.
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Conforme voy cumpliendo años, crece la cantidad de contactos, emotivos como dedicatorias, que atesoro en esa síntesis de mi corazón que es el móvil. Hasta el punto de que el Día de Todos los Santos no visito ningún cementerio, me limito a recorrer a solas y con una copa de vino en la mano el listín de mi teléfono, evocando momentos inolvidables. La próxima vez cambiaré el vino por un buen güisqui escocés, un Famous Grouse, como le habría gustado a Pedro Agramunt, para figurarme que todavía puedo disfrutar de su gentileza, su sentido del humor y su conversación río. Cierro los ojos y lo veo, junto a Jesús Barrachina y Enrique Roig, en el esplendor de los días que conocimos, mezclando política con fallas, fútbol y mil anécdotas de sus vidas, y doy gracias a Dios por haber conocido aquella Valencia autárquica en lo social, fundada en el Casino Monte Picayo, que empezó a salir por la noche. Pedro representó como nadie la Valencia burguesa, viajada, culta y atrevida, que ya se ha despedido de nosotros.
Ni el del político ni el del empresario; el hueco más hondo que Pedro deja es el de su personalidad, la del tipo elegante del sombrero Panamá, la del gentleman incapaz de resultar maleducado, cansino o aburrido, la del señor detallista y bueno. En la política y la empresa nos reemplazan a todos, sólo en la amistad somos insustituibles, y él lo fue, lo sigue siendo para mí. A quienes formaban parte de su lista de distribución diaria de efemérides les comunicó personalmente su fallecimiento por wasap, tal que un Guggenheim con frac en la cubierta del Titanic, y ahí encuentro otra razón para conservar su móvil: capaz es el tío de enviar noticia de su entrada en el cielo o de seguir con sus curradas felicitaciones de cumpleaños. Ha muerto Pedro Agramunt, con quien tanto quería..., y Valencia pierde a su dandi del PP, al hombre que quiso ser David Niven. Y que casi lo consiguió.
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