Hace unos días, en el admirable festival literario de Libros, municipio de 101 habitantes en las montañas de Teruel, la navarra Maribel Medina, escritora, sonrisa y prestidigitadora, reciente Premio Nacional al Fomento de la Lectura con su asociación Mi Pueblo Lee, me preguntó por mi ... nostalgia. ¿Por qué las columnas siempre tratan de tu infancia?, vino a decirme. Y yo, a sabiendas de que tiene razón, hice como si eso no fuera verdad, aunque reconozco que acertaba, que fui un chaval alegre en un mundo sencillo y que, después, todo me ha parecido despertar para peor. No sé qué me encuentro de crecido Peter Pan, de viejo niño perdido todavía fascinado por el escote de Wendy abierto con descuido, que miro hacia atrás con melancolía de príncipe destronado por el progreso. Sí, Maribel, la nostalgia de una edad extraviada es el mal del siglo para mi generación 'boomer', esa que fue a EGB, escribió postales y asistió al estreno de 'El coloso en llamas'.
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Hoy mismo me he levantado pensando en una copa de fresas con nata. Y no porque sea un goloso, que ahora también, sino por el recuerdo que me queda de cuando las fresas, como las cerezas, eran la fruta de temporada que anunciaba la primavera, no las había el resto del año; de cuando la nata se compraba en lecherías que olían tan dulce como los pliegues de la piel de las madres; de cuando constituían el postre en las primeras comuniones con traje de almirante, bici BH y mago de trucos al descubierto... De cuando el paraíso era no saber qué ocurría más allá del universo de indios, vaqueros, Tarzán, Ivanhoe y Moby Dick en que mi fantasía galopaba a sus anchas. Aquella época sin otras pantallas que las del cine de verano, sin redes sociales que no fueran las de la pandilla y sus horas bajo una higuera, sin necesidades tecnológicas para jugar a las chapas, a las canicas o a cortaterrenos, aquella época que hoy me semeja una patria a la que jamás volveré. Añoro esa niñez pastoril, siento que mi corazón analógico está fuera de lugar entre tanto bárbaro digital.
Los viajes en el tiempo son posibles, sin ir más lejos, yo soy un hombre del pasado atrapado en el futuro. Eso es lo que debí responder a Maribel. Y que el festival literario que ella y el alcalde Raúl Arana impulsan en Libros también tiene algo de nostalgia, pues la lectura es historia. Por tanto, quien se sepa un nostálgico incurable, como yo, que visite Libros, allí están construyendo un refugio contra la inteligencia artificial. En Libros he descubierto mi isla del tesoro y la de quien haya llegado hasta el final de esta columna.
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