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Aprendí que siempre se puede resistir un poco más, que protestar te quita fuerzas y te cansa, que todo lo malo pasa y que el dolor puede acabar siendo sólo una opinión. Aprendí a sacrificarme. Y que soy capaz de cosas inimaginables, como saltar de ... un trampolín de diez metros con uniforme, botas, casco y fusil, o meterme descalzo en una marmita de metro y medio de diámetro a mezclar una ensalada para doscientos. Se me hizo fuerte la humildad. Me salieron músculos cuya existencia ignoraba. Se me pusieron negros los brazos hasta la raya de la manga corta. Me acostumbré a la gorra. Dormí al raso en verano con la cara tiznada y me quedé dormido con los ojos abiertos en las clases de topografía de después de comer a la sombra de una higuera. Lancé granadas, marqué el paso, me explicaron cómo degollar a un centinela y acabé mandando una sección de cañones sin retroceso. Bebí agua fresquita del mismo botijo del que bebía todo el escuadrón.
Al principio, para no llorar, me mordía el labio. Yo era un estudiante de Derecho, con su jersey amarillo sobre los hombros, al que, de la noche a la mañana, le cortaron el pelo al uno, lo vistieron de verde y lo plantaron en una formación. No entendía nada. De la tertulia con las chicas de la carpeta sobre el pecho del bar de la facultad pasé de repente al torrente de chistes verdes del hogar del soldado y de la bañera de casa de mis padres a la ducha, compartida con otros quince o veinte, en tres minutos y con agua fría. Los alumnos de la Academia de Caballería, todos los sábados, corríamos ocho kilómetros, ya ves, corriendo los de caballería..., y aquel que no terminaba la carrera en menos de treinta minutos no salía el fin de semana, se quedaba arrestado. Y yo me decía: ¡y pensar, recluta Pons, que un día recordarás esto como la mejor época de tu vida! Y hoy lo recuerdo como la mejor época de mi vida. No creció más mi amor por la patria, pero sí por mis compatriotas.
Lo que sé del compañerismo, la simplicidad y la nobleza se lo debo al Ejército. Hice la mili en IMEC. Entonces, si estabas estudiando y pasabas unas pruebas, podías irte los veranos y un poco más, y salías como oficial o suboficial de complemento. No es por lo que pasará la princesa Leonor, pero se le parece. Por eso me siento obligado a opinar que servir le va a servir, que se va a encontrar con quienes están dispuestos a dar la vida por España y que va a disfrutar de una de las etapas más apasionantes de su vida. Que le esperan lecciones inolvidables. No le envidio lo de ir a ser reina, pero lo de tener 18 y marcharse a la mili sí, con toda pasión.
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