Urgente El Euromillones de hoy viernes deja un nuevo millonario en España y dos premios de 146.483,25 euros

Aquellos libros del apartamento de Náquera eran los del veraneo y siguieron ahí, ignorando el paso del tiempo, hasta que un día cerraste la puerta para siempre. Ni tantos como en la casa de Valencia, desde luego, ni tampoco tan formales. Variopintos, sugerentes, de páginas amarillecidas y, sobre sus portadas, los cerquillos dejados por sucesivos botellines de cerveza o vasos de vermut. Fueron los de subírselos a la piscina o bajárselos a la pérgola del tenis, los que se caían de la mano muerta, vencida por el sueño, cuando el calor y las chicharras arrullaban la siesta de los adultos en la terraza. Entre sus hojas quedaron flores secas, listas del supermercado del Chispa y alguna mosca aplastada. Muchos no llegaron a leerse hasta el final, aunque los temas fueran policiacos. El verano es así, su ropa, sus juegos de mesa, sus sombrillas, la inocencia incluso, se quedan eternamente a medio uso en algún armario de los chalés. Sólo son enteras las vacaciones de la infancia.

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Entre sus hojas quedaron flores secas, listas del supermercado y alguna mosca aplastada

Ya no hay libros del veraneo ni en los apartamentos ni en los chalés. Antes, sí. En Náquera se amontonaban ediciones de 'Mujercitas' en el cuarto de tus hermanas porque, de un año para otro, tu madre olvidaba haberlas comprado. En el de los chicos, álbumes de fútbol y 'Joyas literarias juveniles'. Y en la estantería pegada a la chimenea, contabais con algo de Graham Green, algo de Agatha Christie, algo de Hermann Hesse y 'El retorno de los brujos', lo típico de una biblioteca del veraneo de los setenta. Cuando te despertabas, siempre antes que el resto, para entretenerte sacabas de ahí un manual de fotografía en cuya página 64 había un desnudo integral a doble página; la crónica de la Acali, esa balsa con la que cruzaron el Atlántico el sociólogo Santiago Genovés y once personas más para demostrar, ¡vaya!, que las parejas separadas por un mar acaban siendo infieles; y el libro rey de aquella época, 'Viven. La tragedia de los Andes'. Tras dedicarle unos minutos en el baño al manual y a lo del Acali, donde también salían algunos semidesnudos, diariamente te sumergías en esa terrible historia de canibalismo en las cumbres de América. Ese relato fascinaba al Allan Poe español que aspirabas a ser.

Por eso, cuando ahora has visto 'La sociedad de la nieve', además de quedarte con la sensación de que en la película se ve el hueco que dejó Dios cuando se marchó, te ha venido a la cabeza aquel libro y aquel tiempo. Porque los libros del veraneo fueron como los noviazgos del verano de entonces, un casi nada con sabor a casi todo, ajuares funerarios del adolescente que fuiste.

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