Siempre que digo que cumplir años es una putada alguien me responde que la alternativa parece peor, y probablemente ocurra así, pero, creedme, yo no estoy tan interesado en recibir esa inyección de ratones que se anuncia esta semana para alargar la vida de los humanos como en que los años dejen de contarse en una degradante cuenta atrás. Cuando eres joven no te importa, qué más da tener veintiocho que treinta y cuatro, la sensación de estar vivo, de ser eterno, es entonces tan profunda que a mí todavía no se me ha borrado del todo y, a punto de convertirme en sesentón, si me aíslo y cierro los ojos, me sigo sintiendo aquel idiota que se engañaba yendo a estudiar al bar de Derecho a sabiendas de que los chicos y chicas ahí no iban a estudiar. Sugiero dejar de numerar el año biográfico en el que nos encontramos y que unos estén más arrugados y otros menos, pero todos con edad indeterminada. Y que se jubile quien lo necesite, no a quien se le imponga. ¡Acabemos con el edadismo prohibiendo la edad!
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Mi abuela, con la excusa de que los registros se quemaron durante la Guerra Civil, vivió sin edad hasta el final y fue feliz. No es que yo sea igual de presumido, mi abuela era tan guapa como una actriz de Hollywood y yo sólo por el lado de Jerry Lewis, pero empiezo a cansarme de la humillación que, cada vez más, representa la publicidad personalizada que recibo en mi móvil. Otros habrá más jóvenes que hablan de Egipto y, de inmediato, les llegan anuncios de viajes o a los que Durex agasaja con promociones que siempre reinventan lo inmejorable, pero a mí deben tenerme fichado por mi madurez y mi género y, con creciente frecuencia, me bombardean con correos electrónicos, SMS y báners de balones gástricos, tratamientos contra la calvicie, residencias de tercera edad y seguros de decesos. Gracias Google. A otros amigos míos, ellos sabrán dónde se meten, les envían wasaps, como equivocados, despistadas traductoras de ruso, monitoras de yoga y enfermeras germánicas, todas semidesnudas en sus fotos de perfil, que son obvios anzuelos para viejos verdes.
Como ya lo ha contado el Washington Post, pues no me importa reconocerlo: sí, es cierto, este verano voy a cumplir sesenta. Y sí, lo llevo fatal. Por eso, he alquilado una granja perdida y voy a esconderme entre vacas y gallinas, sin teléfono ni internet. Desapareceré esa semana. No me llaméis, no me escribáis, no me felicitéis. Ser mayor no me importa, ponerle dorsal a la vida que me queda sí. Respetad mi duelo numérico, soy un pobre adolescente atrapado en un cuerpo cosecha del 64
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