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Recién pasadas las Navidades y aunque no esté lloviendo, tu viejo cuerpo empieza a anhelar que retorne el verano, el solazo a tu rostro y el rojo brillante a tus ojos cerrados, la fruta de temporada a perfumar la cocina, sí, los melocotones a la siesta..., y esa piel mojada en la que piensas, caído un tirante del bañador, al filo de la sed de tus labios. Tan pronto recoges las luces del árbol y regresa al altillo la caja de zapatos con las figuras del Belén envueltas en papel de periódico, entablas un diálogo cargado de envidia con tu yo futuro que pasará las vacaciones leyendo bajo los pinos, o de tertulia en el camping, o haciendo el muerto en la playa, ora en el mar, ora en la arena. Y te deprime pensar que todavía quedan cinco meses para que se te quite esta congelación de los huesos.
Dicen los expertos en publicidad, no en nostalgia, que mañana es el día más triste del curso, el tercer lunes de enero. Aquel en que aceptarás que no te pones a plan como prometiste en Nochevieja, que pagaste el gimnasio para nada, que no estás reconquistando el terreno perdido en el mapa de la cama, que tampoco serás capaz de acabar el Ulises de Joyce en esta ocasión, que de nuevo pospones al dentista y al urólogo..., aquel en que los buenos propósitos se diluirán como fantasías de divorciado conquistador de academia de bachata. Te sientes un gusano y suspiras por que la vida pase rápido para que cuanto antes sea verano y se acabe el invierno. Qué contradictorio tu retrato: no quieres hacerte mayor y, sin embargo, si pudieras te fumarías la mitad del año. En enero sueñas con estar en junio. Tienes que hablar contigo mismo, te debes un buen consejo. Atrévete a gozar del presente por mucha grisura que transmita.
Deseas que el tiempo no transcurra, pero proyectas a ese loco incontrolado al que llamas corazón, le permites anticipar lo que ha de venir. El desierto más largo del calendario comienza en enero, dura hasta que la Semana Santa declara renacida la primavera, y tú te aprestas a cruzarlo conteniendo la respiración una vez más. No, no tengas prisa, beduino. Deléitate contemplando la infinitud del horizonte, disfruta con la severidad de las semanas sin festivos. Cada año nuevo te pasa lo mismo: te derrota arrancar tan lejos del calor y transitas como un sonámbulo por el frío. Reacciona, no sueñes con el verano, dale al invierno la oportunidad de conquistarte. Lo del día más triste es sólo propaganda. Hay hermosura en la melancolía, en la dimisión. Que no te engañe el espejismo de los días dulces, el verano resulta mentira visto desde el invierno, créelo.
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