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En los últimos días, he tenido ocasión de reencontrarme por videoconferencia con María Corina Machado, líder de la oposición democrática venezolana, a quien Maduro, si no la mata, quiere enterrar viva, y también, esta vez en persona, con Svetlana Tijanóvskaya, líder de la oposición democrática bielorrusa, a quien Lukashenko, el esbirro de Putin, si no la mata, quiere enterrar viva. María Corina, ingeniera de profesión, es la única de los opositores venezolanos que conozco, y creo que conozco a casi todos, que ni ha pactado con el opresor ni se ha exilado, que aguanta donde es necesaria, aunque resulte peligroso. En las recientes elecciones internas de los partidos democráticos, fue elegida candidata a la presidencia de su brava nación por más del 90 % de los votos. Tal es su fuerza popular que Maduro la ha inhabilitado y ha hecho desaparecer a parte de sus colaboradores. María Corina tiene 57 años y tres hijos.
La vida de Svetlana es diferente, aunque paralela. Svetlana, profesora de inglés, tras ver cómo su marido, Serguéi Tijanovski, candidato democrático a las elecciones bielorrusas, era encarcelado sin causa, asumió su candidatura y tuvo que escapar a territorio de la Unión Europea. Svetlana tiene 42 años y dos hijos. La última fe de vida que le llegó de Serguéi, prisionero e incomunicado en alguna remota cárcel, fue hace más de un año, lo que no resulta alentador después de conocerse el final de Navalni. Por cierto, Yulia Navalnaya, viuda del mártir ruso, igualmente puede ser mencionada entre las mujeres en pie frente al tirano. Mis dos amigas, María Corina y Svetlana, comparten resistir ante autócratas criminales, que si pudieran las asesinarían; liderar movimientos democráticos que luchan al filo del abismo; recibir noticias diarias de camaradas suyos ejecutados o detenidos y presentarse a elecciones amañadas con la misma ilusión y energía con que concurrían a comicios limpios.
Y, además, y lo sé porque las conozco, tienen en común no haber elegido ese papel histórico que les toca asumir. Tanto una como otra aspiraban a ser libres y felices, sólo eso, pero, cuando los hombres lobo de Venezuela y Bielorrusia las forzaron a elegir entre obedecer o luchar, no lo dudaron ni un segundo y optaron por no rendirse. Yo las admiro, creo en sus causas y no las abandono. Por eso me acordé de ellas cuando el viernes celebramos el Día de la Mujer, porque, entre lo que se debe a las mujeres, sitúo un respaldo universal a las que caminan entre héroes forjando una épica femenina. En mi opinión, el feminismo es mejor cuando nos salva a todos.
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