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Es falso que lo impredecible mueva la historia: los romanos de Valentia podían no saber quiénes eran los hunos o los godos, pero más allá del limes ambos pueblos hervían cerca del punto de ebullición. Lo histórico sigue una secuencia causal, otra cosa es que le prestemos atención. Por ejemplo, hoy, el envejecimiento de Occidente, la crisis climática, la deshumanización tecnológica o la brecha sanitaria entre ricos y pobres están cerca de cambiarnos el universo, pero nosotros sólo vemos a Trump, que es síntoma y no motor de lo que sucede. Arranca la edad poseuropea, pero no por él, hace ya mucho que los defensores del Estado de derecho estamos mudos, mirando al surfista sin ver la ola.
Trump será un emperador, no lo niego, pero no el fundador del imperio. Su poder se fundamenta en el caos circundante, en la ley del más fuerte que todavía mantiene en equilibrio al planeta. Se ha proclamado macho alfa de una manada de gorilas y nadie rechista. ¿Nadie? Perdón, alguien sí. Mientras los presidentes europeos, Sánchez incluido, se apresuraban a darle la bienvenida en Twitter, Marian Budde, una obispa de comunión anglicana de 65 años, menuda y enjuta como un Harry Potter episcopaliano, igual que en aquella imagen del estudiante chino plantado frente a cuatro tanques en la plaza de Tiananmén, le decía la verdad a la cara ante todo Washington en el oficio religioso de la coronación. Mirando al ogro naranja, pidió a Dios por los jóvenes homosexuales, por los sin papeles que lavan nuestros platos en los restaurantes, por los niños cuyos padres pueden ser deportados, por los refugiados que huyen de la guerra y la persecución... «Dios nos enseña que debemos ser misericordiosos con los extraños porque todos nosotros fuimos alguna vez extraños en esta tierra», le espetó para terminar al reelegido presidente, nieto de inmigrantes ilegales.
Tantos grandes pesos y contrapesos de la democracia americana y el único que funciona es la voz de una religiosa. Su homilía fue la nota discordante en el entierro de los valores democráticos al que asistimos en medio de un vergonzoso silencio general. La historia se está desestabilizando y lo que faltaba era un desestabilizador jugando a la ruleta rusa con sus misiles nucleares. Que los EE. UU. son nuestro mejor aliado, es cierto, pero así no. Sólo hay que decirlo, como la obispa Budde, o se nos hará tarde. Y déjenme añadir que mujeres como ella, ordenadas en la Iglesia Católica, también le hacen falta al mundo.
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