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Una de las sentencias más conocidas de Karl Marx es aquella, dirigida al 18 Brumario de Luis Bonaparte, según la cual, la historia ocurre dos veces: la primera, como tragedia y, la segunda, como farsa. Digo esto porque los últimos años de la política española me producen ambas impresiones: la de una historia que se repite y la de encontrarnos ante una farsa, ante un esperpento. Ahora bien, lo grotesco en política, por risible que resulte, jamás acontece exento de riesgos, más bien al contrario. Por ejemplo, lo que sucede con nuestro presupuesto del Estado, que el Gobierno no tiene mayoría para aprobarlo, pero tampoco convoca elecciones y sigue adelante sin cuentas públicas, es un conflicto repetido y una bufonada democrática, sí, pero además representa un peligro para el porvenir de las instituciones. Aunque, en mi opinión, el escándalo provocado por semejante aberración no está alcanzando la altura de la quiebra constitucional que significará.

Entre 1860 y 1866, la Prusia del rey Guillermo I también vivió una profunda crisis porque el Parlamento se negaba a aprobar el presupuesto del Ejecutivo. En ese contexto, el primer ministro, Otto von Bismarck, pronunció su célebre arenga en la que afirmaba que los grandes problemas de la época no se resolverían con discursos y decisiones tomadas por mayoría, sino con «hierro y sangre». La Cámara no capituló, continuó resistiéndose, conque el futuro canciller, haciendo caso omiso de tal rechazo, gobernó sin su consentimiento, sirviéndose de mecanismos burocráticos que le permitían recaudar impuestos, ordenar pagos e invertir en Defensa. Años después, la distinción jurídica a que se acogió Bismarck entre lo que el Parlamento debe autorizar y las acciones inaplazables que el Ejecutivo interpreta que exige la nación y aplica obviando al Parlamento, dará lugar a la ley habilitante de plenos poderes de Hitler de 1933. De esa tragedia, nuestra farsa.

Los parlamentos no surgieron históricamente para que hubiera sesiones de control o jornadas de puertas abiertas, sino para dar su consentimiento a los impuestos y gastos del rey, o sea, para aprobar presupuestos. Esa es su esencia. Y tan marcada quedó Alemania por el drama que causan los gobiernos que desprecian al parlamento, que allí una falta de presupuesto del Estado equivale a una convocatoria inmediata de elecciones. Sólo en España, y cuando digo «sólo» es «sólo», nos permitimos que el Ejecutivo gobierne sin presupuesto, pero lo pagaremos, nuestra democracia lo acabará pagando. El sanchismo es la farsa de las peores tragedias constitucionales.

En Alemania una falta de presupuesto del Estado equivale a una convocatoria inmediata de elecciones

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lasprovincias Ojo con ir a hierro y sangre