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La vuelta de Trump, la orientación que tome el nuevo régimen sirio o la poco viable sucesión democrática en Venezuela, por ejemplo, constituyen tres incógnitas inmediatas para 2025 cuyas respuestas no alientan al optimismo. Si a ello sumamos que la Unión Europea no es capaz de producir líderes europeístas, comprometidos con los valores que Europa representa (examinar la nómina de presidentes de Gobierno produce desasosiego), se entenderá por qué cada vez más analistas se preguntan si asistimos al final definitivo de la influencia y la cultura occidentales. Y yo creo que esta vez sí, salvo que seamos capaces de adaptarnos a un curso de la Historia que ya no pasa por Occidente. La convivencia internacional que estableció la Guerra Mundial se ha agotado y Europa ha dejado de estar en el centro del mapamundi. Somos la Australia del norte, cuanto antes lo veamos, antes reaccionaremos.

Entiendo por Occidente el estilo de vida europeo, esto es: derechos humanos, democracia representativa, división de poderes, economía social de mercado, Estado del bienestar, igualdad entre sexos y respeto, si no admiración, por la cultura. Y sí, pienso que ese estilo de vida está en riesgo. Primero, porque económicamente resulta difícil de sostener. Los europeos representamos el 7 % de la población y producimos 25 % de la economía, pero consumimos el 50 % del gasto social mundial, ¿durante cuánto tiempo se puede mantener eso? Segundo, porque abandonamos elementos esenciales de nuestra civilización, como nuestras propias tradiciones en beneficio de otras importadas o la cultura europea considerada como cultura clásica, y aceptamos encantados la turistificación del arte, convertirnos en el gran parque de atracciones del planeta. El turismo masivo es el nuevo caballo de Atila. Y tercero, porque nos invade tal complejo de culpabilidad política por el pasado que, como alternativas legítimas, admitimos formas de gobierno enemigas de nuestros principios, tal que la china o la islamista. Formas de gobierno que para quitárnoslas nosotros de encima necesitamos varias revoluciones.

Es fácil encontrar paralelismos entre la política europea actual y la que alumbró al fascismo y al comunismo: desprecio de la democracia de partidos, dirigentes que apelan al miedo del pueblo, medios de comunicación de combate, chivos expiatorios y culpables públicos, debilidad de los contrapesos institucionales... Parece mentira que no aprendiésemos la lección. Al año que viene le pido menos pantallas y más lecturas porque en los libros se guarda todo lo que las pantallas no deben hacernos olvidar.

Parece mentira que no aprendiésemos la lección. Al año que viene le pido más libros

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