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Me preguntas cuánto tiempo gasto pensando en la espada de Napoleón perdida en África Austral en 1879 y te respondo que hasta quedarme dormido. Mira, Eugenio Luis Bonaparte, Napoleón IV, hijo del emperador Napoleón III y Eugenia de Montijo, de 23 años, exiliado en Reino Unido, quiso emular la gloria militar de su tío abuelo y se alistó en el ejército británico con destino a la guerra zulú. Allí le tendieron una emboscada, tal vez inducida por oficiales ingleses que no olvidaban Waterloo; se rompieron las cinchas de su montura, la de su padre en el desastre de Sedán ante los prusianos, cayó del caballo y, pese a que el brazo derecho se le había roto, vació el tambor del revólver apuntando a sus enemigos antes de morir atravesado por dieciséis lanzazos. Los guerreros zulúes no lo destriparon ni lo desmembraron, como solían con los vencidos, por respeto a la valentía con que luchó, pero se llevaron la histórica espada del primer Napoleón de la que ya nada ha vuelto a saberse. Y ahí, en el sur de África, terminó la dinastía Bonaparte. ¿No te parece una hermosa historia?
Más hermosa todavía si te digo que recientes pruebas de ADN demuestran que Eugenio Luis, en realidad, no fue pariente de Napoleón, que su abuelo Luis nació de una relación extramatrimonial y que no era hermano del conquistador de Europa. O sea, que el teniente Bonaparte entregó la vida en el último confín del mundo para emular a un tío abuelo que no lo era. ¡Bárbaro!, es inevitable enredarse pensando en eso, no me digas que no. Ya sé, está de moda en TikTok que las mujeres pregunten a sus hombres cada cuánto piensan en el Imperio Romano y que se rían porque todos lo hacemos, como mínimo, una vez a la semana, pero es que cómo evitarlo. Yo, por ejemplo, pienso todos los días en Roma, en «El señor de los anillos», en «La guerra de las galaxias» y, si me apuras, en «Juego de tronos».
¿Únicamente? No, únicamente en esas cosas no. También pienso en muchas otras, como las Navas de Tolosa, la derrota de Annual, el desembarco de Normandía, las galopadas de Kempes, el gol de Iniesta, el viaje a Marte, Adolfo Suárez, Liberty Valance, el megalodón, los ovnis o en ti, aquella noche de la Brasserie Georges que..., sin ir más lejos. Llegado este tiempo decadente, en que heroísmo, combate y amor se identifican con masculinidad tóxica, resulta comprensible que la épica se convierta en refugio mental para disidentes del pensamiento corregido. ¿Que si pienso en el Imperio Romano?, pues bastante, pero lo disimulo para no parecer el típico chico y terminar ofendiendo a alguien sólo por eso.
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