Urgente Los Bomberos continúan los trabajos para controlar el incendio del bingo de Valencia y desvían el tráfico

Bacterias mondongueras, bellacos baldragas, culebras de váter, crapulosos fementidos, chisgarabises farfantones, ganapanes de estulticia artificial, hijos de puta para frailes, escoria de los malhechores..., yo os maldigo como a insectos alérgenos. El próximo miércoles, gusanos fecales, vais a responder ante la Audiencia Provincial de Madrid ... por estafar 184.000 euros vendiendo enciclopedias de la basura a unas cuantas ancianas que apenas saben leer y cuya pensión les da para pagaros y poco más. No sois los únicos, desgraciadamente, hay más casos de mercachifles de libros falsos, pero me he fijado en vosotros por lo de las enciclopedias. Como trapisondistas malos de maldad, escupitajos de la cáscara amarga, capitanes rata de la cloaca, bien sabéis lo que vale hoy una enciclopedia: nada. Lo mismo que una parcela en la luna, un pedo de mascota o un cabello de los que escasean sobre mi calavera.

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Cuando he necesitado hacer sitio para que alguien viva conmigo y me he visto forzado a donar libros (los libros crecen a mi alrededor como troncos ansiosos de una jungla carnívora), me ha sorprendido que las enciclopedias ya no se aceptan ni regaladas. Puedes revender todo, desde tebeos hasta clásicos subrayados por tu mano estudiantil, pero no enciclopedias porque se quedaron desfasadas y nadie las quiere. Y me da pena. Pertenezco a una generación que se formó gracias a las enciclopedias, historias del arte y novelas que las madres, muchas veces sin el bachillerato, nos compraban por fascículos o por suscripción al Círculo de Lectores. Para nosotros, aquellas páginas llenas de fotografías y dibujos, en las que descubrimos desde quién fue Leonardo hasta cómo son las mujeres desnudas, constituyen apenas un recuerdo entrañable, pero para nuestras madres, las enciclopedias que les ayudaron a que sus hijos aprendieran mucho más de lo que ellas mismas sabían conservan el prestigio de lo mejor que hicieron en su vida. Y por eso es fácil colocarles otra enciclopedia para los nietos ahora que son viejas y no tienen quién les lea los emails.

Garrapatas de la delincuencia, os aprovecháis de la fe en la enciclopedia de quien no pudo leerla y no sabe sustituirla por internet para robar a las más dignas entre nosotros, aquellas a las que debemos lo bueno que hayamos llegado a ser. Engañad con herencias en Nigeria, con ofertas del gas o con avisos del banco, como hacen las sanguijuelas, pero dejad a las enciclopedias y las abuelas en paz. Vuestra codicia repele como el hálito de la Hidra de Lena. Donilleros, monos narigudos, chupasangres, mamacallos, sois imperdonables.

Pertenezco a una generación que se formó gracias a las enciclopedias, historias del arte y novelas

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