Tú y yo empezamos muy jóvenes con lo nuestro. Cómo sería de pronto que yo todavía no había cumplido los tres y tú, por entonces, aún no tenías especialistas que te tomaran en serio, eras cosa de tías abuelas y dermatólogos. Sí, puede decirse que somos el uno de la otra desde que nacimos. Bueno, antes me taparon un ojo y me pusieron gafitas de culo de vaso. A mi abuelo, don Miguel, tan faraónico de natural, se le escapó una lágrima al ver que el Rores, o sea yo, casi no sabía andar y ya iba con lupas. Pero de inmediato, cuando parecía que, además de enclenque y cuatro ojos, nada podía empeorarme, corriendo te presentaste tú, desenvuelta, impredecible, posesiva. Empezaste, coqueta, mira que eres coqueta, llamando la atención de mi madre con una escandalosa intolerancia alimenticia y, enseguida, exuberante, poderosa, alborotadora, transmutaste en asma para angustia general. Ay, no tengo memoria de mi vida sin ti. Juntos hemos atravesado momentos tan bonitos que lloro al evocarlos, y no es un lagrimeo alérgico, lo aclaro, sino sincero. La nariz a grifo abierto de la rinitis, por ejemplo; o los picores de perro pulgoso de la piel atópica; o el hambre, el sueño y la mala leche que dejan los antihistamínicos; o el disparo pluvial de los estornudos de ciclogénesis explosiva; o las orejas de elefante y los párpados de camaleón tras la picadura de un mosquito; o la falta de aire para respirar cuando los ácaros invaden mi espacio vital; qué sé yo..., hago memoria y me atrapa la nostalgia de quien sabe que tiene una compañera de vida que jamás le va a faltar. ¿Te acuerdas de que hasta la adolescencia sólo me dejaste beber leche de almendras? Qué cachonda. ¿Y de cuando me tuvieron que recortar los cornetes abarquillados porque, tras décadas de tuberías de mocos transparentes rotas, se me habían vuelto de coral? Te gusta dejar rastro de caracol como si fueras una gran dama con bata de cola de pituita, ¡menudo señorío nasal gastas!
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No entiendes de minorías racializadas, ni de ultraderechas, ni de indígenas de Ruzafa anteriores a la conquista islamofóbica del rey don Jaime, ni de cuñados enólogos, ni de solteras con 'perrhijos', ni de la máquina del fango..., no, tú nos maltratas a todos en general y a cada uno en particular. Somos legión, nos igualas ante ti. Pero no tengo celos, entiendo que no puedo gozarte sólo yo, y tal vez sea porque haces que me sienta especial. Di la verdad, pecadora, cada primavera es una luna de miel entre nosotros, exclusiva para las velas y el Rores. Ven, alergia, con el tiempo he aprendido a quererte como un loco. ¡Achís!
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